Geopolítica del chuleo
por Suely Rolnik
Fuertes vientos críticos han agitado el territorio del
arte desde comienzos de la década de 1990. Con diferentes
estrategias, desde las más panfletarias y distantes al
arte hasta las más contundentemente estéticas, tal
movimiento de los aires del tiempo tiene como una de sus principales
dianas la política que es propia del capitalismo financiero
que se instaló en el planeta a partir del final de los
años setenta, la cual se rige por procesos de subjetivación
(especialmente sobre el lugar del otro y el destino de la fuerza
de creación). La confrontación con este campo problemático
impone la convocatoria a una mirada transdisciplinaria, ya que
están allí imbricadas innumerables capas de realidad,
tanto en el plano macropolítico (los hechos y los modos
de vida en su exterioridad formal, sociológica) como en
el micropolítico (las fuerzas que agitan la realidad, disolviendo
sus formas y engendrando otras en un proceso que abarca el deseo
y la subjetividad).
En Brasil, este debate sólo se esboza curiosamente a partir
del cambio de siglo, en una parte de la nueva generación
de artistas que comienza a tener expresión pública
en ese momento, organizándose frecuentemente en los llamados
“colectivos”. Más reciente aún es la
articulación del movimiento local con la discusión
mantenida hace mucho tiempo fuera del país[1]. Hoy, este
tipo de temática comienza incluso a incorporarse al escenario
institucional brasileño, en la estela de lo que viene ocurriendo
hace ya algún tiempo fuera del país, donde este
movimiento se ha transformado en una “tendencia” en
el circuito oficial[2]. Como veremos, dicha incorporación
se refiere al lugar que ocupa el arte en las estrategias del capitalismo
financiero.
Ante la emergencia de este tipo de temáticas en el territorio
del arte, surgen algunas preguntas: ¿qué hacen ahí
cuestiones como éstas?, ¿por qué han sido
cada vez más recurrentes en las prácticas artísticas?
En lo que respecta a Brasil, ¿por qué aparecen recién
ahora?, ¿cuál es el interés de las instituciones
en incorporarlas? Voy a esbozar aquí algunas vías
de prospección micropolítica, esperando que las
mismas puedan contribuir al enfrentamiento de estas preguntas.
Antes de comenzar con el trazado de esta cartografía, hay
que recordar que el surgimiento de cualquier cuestión se
produce siempre a partir de problemas que se presentan en un contexto
dado atravesando nuestros cuerpos, provocando una crisis de nuestras
referencias. Es el malestar de la crisis lo que desencadena el
trabajo del pensamiento: un proceso de creación que puede
expresarse de forma conceptual, pero también plástica,
musical, cinematográfica... o simplemente existencial.
Sea cual sea el canal de expresión, pensamos/creamos porque
algo de nuestras vidas nos fuerza a hacerlo para dar cuenta de
aquello que está pidiendo paso en nuestro día a
día: nada que ver con la noción de “tendencia”,
propia de la lógica mediática y su principio mercadológico.
Tras entender desde esta perspectiva la función del pensamiento,
la insistencia en este tipo de temática nos indica que
la política de subjetivación, de relación
con el otro y de creación cultural está en crisis
y que, seguramente, viene operándose una mutación
en estos campos. La singularidad del arte como modo de expresión
y, por ende, de producción de lenguaje y pensamiento, es
la invención de posibles los cuales adquieren cuerpo y
se presentan en vivo en la obra. De allí el poder de contagio
y de transformación que la acción artística
porta. Mediante esta acción, es el mundo el que está
en obra. No debe extrañar entonces que el arte indague
sobre el presente y participe de los cambios que operan en la
actualidad.
En busca de la vulnerabilidad
Una de las búsquedas que ha movido especialmente las prácticas
artísticas es la de la superación de la anestesia
de la vulnerabilidad al otro, propia de la política de
subjetivación en curso. Y es que la vulnerabilidad es la
condición para que el otro deje de ser simplemente un objeto
de proyección de imágenes preestablecidas y pueda
convertirse en una presencia viva, con la cual construimos nuestros
territorios de existencia y los contornos cambiantes de nuestra
subjetividad. Ahora bien, ser vulnerable depende de la activación
de una capacidad específica de lo sensible, la cual fue
reprimida durante muchos siglos, manteniéndose activa sólo
en ciertas tradiciones filosóficas y poéticas que
culminaron en las vanguardias culturales de finales del siglo
XIX y comienzos del siglo XX, cuya acción se propagó
por el tejido social en el transcurso del siglo XX. La propia
neurociencia, en sus investigaciones recientes, comprueba que
cada uno de nuestros órganos de los sentidos es portador
de una doble capacidad: cortical y subcortical[3].
La primera corresponde a la percepción, la cual nos permite
aprehender el mundo en sus formas para luego proyectar sobre ellas
las representaciones de las que disponemos a manera de una atribución
de sentido. Esta capacidad, que nos es la más familiar,
está por lo tanto asociada al tiempo, a la historia del
sujeto y al lenguaje. Con ella se yerguen, claramente delimitadas,
las figuras de sujeto y objeto manteniendo entre sí una
relación de exterioridad. Esta capacidad cortical de lo
sensible es la que permite conservar el mapa de representaciones
vigentes, de modo tal que podamos movernos en un escenario conocido
donde las cosas permanezcan en sus debidos lugares, mínimamente
estables.
La segunda capacidad subcortical, que a causa de su represión
histórica nos es menos conocida, nos permite aprehender
el mundo en su condición de los campos de fuerzas que nos
afectan y se nos hacen presentes en el cuerpo bajo la forma de
sensaciones. El ejercicio de esta capacidad está desvinculado
de la historia del sujeto y del lenguaje. Con ella, el otro es
una presencia viva hecha de una multiplicidad plástica
de fuerzas que pulsan en nuestra textura sensible, tornándose
así parte de nosotros y de nosotras mismas. Se disuelven
aquí las figuras de sujeto y objeto, y con ellas aquello
que separa el cuerpo del mundo. Ya en la década de los
ochenta (en un libro que ahora ha sido reeditado[4]) llamé
“cuerpo vibrátil” a esta segunda capacidad
de nuestros órganos de los sentidos en su conjunto. Es
nuestro cuerpo como un todo el que tiene este poder de vibración
en las fuerzas del mundo.
Entre la vibratibilidad del cuerpo y su capacidad de percepción
hay una relación paradójica, ya que se trata de
modos de aprehensión de la realidad que obedecen a lógicas
totalmente distintas e irreductibles. Es la tensión de
esta paradoja la que moviliza e impulsa la potencia del pensamiento/creación,
en la medida en que las nuevas sensaciones que se incorporan a
nuestra textura sensible son intransmisibles por medio de las
representaciones de las que disponemos. Por esta razón,
ellas ponen en crisis nuestras referencias e imponen la urgencia
de inventarnos formas de expresión. Así, integramos
en nuestro cuerpo los signos que el mundo nos señala y,
a través de su expresión, los incorporamos a nuestros
territorios existenciales. En esta operación se restablece
un mapa de referencias compartido con nuevos contornos. Movidos
por esta paradoja, somos continuamente forzados y forzadas a pensar/crear
de acuerdo con lo que ya se ha sugerido. El ejercicio de pensamiento/creación
tiene por tanto un poder de interferencia en la realidad y de
participación en la orientación de su destino, constituyendo
así un instrumento esencial de transformación del
paisaje subjetivo y objetivo.
El peso de cada uno de estos dos modos de conocimiento sensible
del mundo, así como la relación entre ellos, es
variable. Es decir, el lugar del otro y la política de
relación que con él se establece cambian. Ésta
define a su vez un modo de subjetivación. Se sabe que las
políticas de subjetivación cambian con las transformaciones
históricas ya que cada régimen depende de una forma
específica de subjetividad para su viabilización
en el cotidiano de todos y de cada uno de nosotros y nosotras.
Es en este terreno en el que un régimen gana consistencia
existencial y se concreta. De ahí que podemos hablar de
“políticas” de subjetivación. Sin embargo,
en el caso específico del neoliberalismo, la estrategia
de subjetivación, de relación con el otro y de creación
cultural adquiere una importancia esencial, pues cobra un papel
central en el propio principio que rige el capitalismo en su versión
contemporánea. El hecho es que este régimen se alimenta
fundamentalmente --hasta tal punto que recientemente ha sido calificado
como “capitalismo cognitivo” o “cultural”[5]--
de las fuerzas subjetivas, especialmente las de conocimiento y
creación. Considerando lo anterior, puedo ahora proponer
una cartografía de los cambios que han llevado al arte
a plantear este tipo de problemas. Tomaré como punto de
partida los años sesenta y setenta.
Nace una subjetividad flexible
Hasta principios de los años sesenta estábamos bajo
un régimen fordista y disciplinario que alcanzó
su ápice en el triunfante american way of life de posguerra,
en el que la subjetividad estaba regida por la política
identitaria y su rechazo al cuerpo vibrátil: dos aspectos
inseparables ya que sólo en la medida en que anestesiamos
nuestra vulnerabilidad podemos mantener una imagen estable de
nosotros y nosotras mismas y del otro, o sea una identidad. De
lo contrario, somos constantemente llevados y llevadas a rediseñar
nuestros propios contornos y los de nuestros territorios de existencia.
Hasta dicho periodo, la imaginación creadora operaba principalmente
escabulléndose por los márgenes. Este tiempo terminó
en los años sesenta y setenta como resultado de los movimientos
culturales que problematizaron el régimen en curso y reivindicaron
“la imaginación al poder”. Tales movimientos
pusieron en crisis el modo de subjetivación entonces dominante,
arrastrando junto a su desmoronamiento toda la estructura de la
familia victoriana en su apogeo hollywoodense, soporte del régimen
que en aquel momento comenzaba a perder hegemonía. Se creó
entonces una “subjetividad flexible”[6], acompañada
de una radical experimentación de modos de existencia y
de creación cultural para hacer implosión en el
corazón del deseo, en el modo de vida “burgués”,
en su política identitaria, en su cultura y, por supuesto,
en su política de relación con la alteridad. En
esta contracultura se crearon formas de expresión para
aquello que indica el cuerpo vibrátil afectado por la alteridad
del mundo, dando cuenta de los problemas de su tiempo. Las formas
así creadas tienden a transmitir la manera en que la subjetividad
incorpora las fuerzas que agitan su entorno. El advenimiento de
tales formas es indisociable de un devenir-otro de sí.
Es más, ellas son el fruto de una vida pública en
un sentido fuerte: la construcción colectiva de la realidad
la cual se construye permanentemente a partir de las tensiones
que desestabilizan las cartografías en uso.
Hoy en día estas transformaciones se han consolidado. El
escenario de nuestro tiempo es otro: no estamos más bajo
ese régimen identitario, la política de subjetivación
ya no es la misma. Disponemos todos y todas de una subjetividad
flexible y procesual tal como fue instaurada por aquellos movimientos,
y nuestra fuerza de creación en su libertad experimental
no sólo es bien percibida y acogida, sino que incluso es
insuflada, celebrada y frecuentemente glamourizada. A pesar de
ello, hay un “pero” en todo esto que no es precisamente
irrelevante y que no podemos soslayar: en la actualidad, el principal
destino de esta flexibilidad subjetiva y de la libertad de creación
que la acompaña no es la invención de formas de
expresividad para las sensaciones, indicadoras de los efectos
de la existencia del otro en nuestro cuerpo vibrátil. No
es en absoluto ésta la política de creación
de territorios --e, implícitamente, de relación
con el otro-- que predomina en nuestra contemporaneidad: lo que
nos guía en esta empresa, en nuestra flexibilidad posfordista,
es la identificación casi hipnótica con las imágenes
del mundo difundidas por la publicidad y por la cultura de masas.
No obstante (independientemente de su estilo o público-objetivo)
tales imágenes son invariablemente portadoras del mensaje
de que existen paraísos, aunque ahora están en este
mundo y no en un más allá, y, sobre todo, de que
algunas personas tienen el privilegio de habitarlos. Y más
aún, se transmite la idea de que podemos ser uno de estos
VIP’s; basta para ello con que invirtamos toda nuestra energía
vital --de deseo, de afecto, de conocimiento, de intelecto, de
erotismo, de imaginación, de acción, etc.-- en actualizar
en nuestras existencias estos mundos virtuales de signos a través
del consumo de objetos y servicios que los mismos nos proponen.
Un nuevo arrebato para la idea de paraíso de las religiones
judeocristianas, la cual presupone un rechazo a la vulnerabilidad
al otro y de las turbulencias que ésta trae, y, más
aún, un menosprecio por la fragilidad que ahí necesariamente
acontece. En otras palabras, la idea occidental de paraíso
prometido corresponde a un rechazo de la vida en su naturaleza
inmanente de impulso de creación continua. En su versión
terrestre, el capital sustituyó a Dios en la función
de garante de la promesa, y la virtud que nos hace merecerlo pasó
a ser el consumo: éste constituye el mito fundamental del
capitalismo avanzado. Ante esto, es cuando menos equivocado considerar
que carecemos de mitos en la contemporaneidad: es precisamente
a través de nuestra creencia en el mito religioso del neoliberalismo
que los mundos-imagen que este régimen produce se vuelven
realidad concreta en nuestras propias existencias.
La subjetividad flexible se entrega al chulo
En otras palabras, el “capitalismo cognitivo” o “cultural”,
inventado precisamente como salida a la crisis provocada por los
movimientos de los años sesenta y setenta, incorporó
los modos de existencia que éstos inventaron y se apropió
de las fuerzas subjetivas, en especial de la potencia de creación
que en ese entonces se emancipaba en la vida social, poniéndola
de facto en el poder. Sin embargo, ahora sabemos que se trata
de una operación micropolítica que consiste en hacer
de esta potencia el principal combustible de su insaciable hipermáquina
de producción y acumulación de capital, a un punto
tal que se puede hablar de una nueva clase de trabajadores y trabajadoras
que algunos autores y autoras llaman “cognitariado”[7].
Es esta fuerza, así chuleada, la que a una velocidad exponencial
viene transformando el planeta en un gigantesco mercado y a sus
habitantes en zombis hiperactivos incluidos o trapos humanos excluidos:
dos polos entre los cuales se perfilan los destinos que les son
asignados, frutos interdependientes de una misma lógica.
Ése es el mundo que la imaginación crea en nuestra
contemporaneidad. Es de esperar que la política de subjetivación
y de relación con el otro que predomina en este escenario
sea de las más empobrecidas.
Actualmente, pasadas ya casi tres décadas, nos es posible
percibir esta lógica del capitalismo cognitivo operando
en la subjetividad. Sin embargo, al final de los años setenta,
cuando tuvo inicio su implantación, a la experimentación
que venía haciéndose colectivamente en las décadas
anteriores, a fin de emanciparse del patrón de subjetividad
fordista y disciplinario, difícilmente podía distinguírsela
de su incorporación por el nuevo régimen. La consecuencia
de esta dificultad es que muchos de quienes protagonizaron los
movimientos de las décadas anteriores cayeron en la trampa.
Deslumbrados con la entronización de su fuerza de creación
y de su actitud transgresora y experimental --hasta entonces estigmatizadas
y confinadas a la marginalidad--, y fascinados con el prestigio
de su imagen en los medios de comunicación y con los abultados
salarios recién conquistados, se entregaron voluntariamente
a su chuleo. Muchas de esas personas se tornaron ellas mismas
creadoras y concretadoras del mundo fabricado para y por el capitalismo
en éste, su nuevo ropaje.
Esta confusión es sin duda producto de la política
de deseo propia del chuleo de las fuerzas subjetivas y de creación.
Un tipo de relación de poder que se da básicamente
por medio del hechizo de la seducción. La persona que seduce
convoca en la persona seducida una idealización que la
aturde: esta última pasa a identificarse entonces con la
agresora y a someterse a ella, impulsada por su propio deseo,
con la esperanza de ser digna de pertenecer a su mundo. Sólo
recientemente se ha tomado conciencia de esta situación,
lo que tiende a llevar a la ruptura del hechizo. Esto trasparece
en las diferentes estrategias de resistencia individual y colectiva
que se acumulan en los últimos años por iniciativa
sobre todo de una nueva generación que no se identifica
en absoluto con el modelo de existencia propuesto, cayendo en
la cuenta de cuál su maniobra. Evidentemente, las prácticas
artísticas, por su misma naturaleza de expresión
de las problemáticas del presente tal como atraviesan el
cuerpo, no podrían permanecer indiferentes a este movimiento.
Al contrario, es exactamente por esta razón que estas cuestiones
emergen en el arte desde el inicio de los años noventa,
tal como lo mencioné al principio. Con diferentes procedimientos,
tales estrategias vienen realizando un éxodo del campo
minado que se ubica entre las figuras opuestas y complementarias
de subjetividad-lujo y subjetividad-basura, campo donde se confinan
los destinos humanos en el planeta del capitalismo globalizado.
Una herida rentable
Pero la dificultad para resistir a la seducción de la serpiente
en su versión contemporánea, propia del paraíso
neoliberal, se agravaba más aún en países
de Latinoamérica y Europa Oriental [así como en
España], los cuales, al igual que en Brasil, se encontraban
bajo regímenes totalitarios al momento de la instauración
del capitalismo financiero. No olvidemos que la apertura democrática
que se dio a lo largo de los años ochenta en estos países
[desde mediados de los setenta en España] se debe en parte
a la llegada del régimen posfordista, ya que la rigidez
de los sistemas totalitarios constituía un estorbo para
la flexibilidad.
Y es que si abordamos los regímenes totalitarios no en
su cara visible macropolítica sino en su cara invisible
micropolítica, corroboraremos que lo que caracteriza a
tales regímenes es la rigidez patológica del principio
identitario. Esto vale tanto para totalitarismos de derecha como
de izquierda, pues desde el punto de vista de las políticas
de subjetivación tales regímenes no difieren. A
fin de mantenerse en el poder, no se contentan en ignorar las
expresiones del cuerpo vibrátil, es decir, las formas culturales
y existenciales engendradas en una relación viva con el
otro y que desestabilizan continuamente las cartografías
vigentes. Incluso porque su propio origen constituye precisamente
una reacción violenta a la desestabilización cuando
ésta sobrepasa un umbral de tolerabilidad para las subjetividades
más servilmente adaptadas al status quo; para éstas,
tal umbral no convoca la urgencia de crear, sino por el contrario
la de preservar el orden establecido a cualquier precio. Destructivamente
conservador, el régimen totalitario va más lejos
que la mera desconsideración de las expresiones del cuerpo
vibrátil: se empeña obstinadamente en descalificarlas
y humillarlas hasta que la fuerza de creación, de la cual
tales expresiones son producto, está a tal punto signada
por el trauma de este terrorismo vital que ella misma termina
por bloquearse, reducida al silencio. Un siglo y medio de psicoanálisis
nos habrá mostrado que el tiempo de afrontar y elaborar
un trauma de este porte puede extenderse por treinta años[8].
No es difícil imaginar que el encuentro de estos dos regímenes
vuelve el escenario aún más vulnerable a los abusos
del chuleo: en su penetración en contextos totalitarios,
el capitalismo cultural sacó ventaja del pasado experimental,
especialmente audaz y singular en estos países, pero también
y sobre todo de las heridas que en las fuerzas de creación
causaron los golpes sufridos. El nuevo régimen se presenta
no sólo como el sistema que acoge e institucionaliza el
principio de producción de subjetividad y de cultura de
los movimientos de los años sesenta y setenta, como fue
el caso en Estados Unidos y en los países de Europa Occidental
[y España]. En los países bajo dictadura, dicho
nuevo régimen gana un plus de poder de seducción:
su aparente condición de salvador que viene a liberar la
energía de creación de su yugo, a curarla de su
estado debilitado, permitiéndole reactivarse y volver a
manifestarse[9]. Si bien el poder vía seducción
propio del gobierno mundial del capital financiero es más
light y sutil que la pesada mano de los gobiernos locales comandados
por Estados militares que los precedieron, no por eso son menos
destructivos sus efectos, aunque con estrategias y finalidades
enteramente distintas. Es de esperarse, por lo tanto, que la sumatoria
de ambos ocurrida en estos países haya agravado considerablemente
el estado de alienación patológica de la subjetividad,
especialmente en la política que rige la relación
con el otro y el destino de su fuerza de creación.
El know how antropofágico
Si enfocamos la lente micropolítica sobre Brasil, encontraremos
una situación aún más específica.
Se trata de que la existencia de un rasgo singular de la contracultura
tal como se dio en este país, el cual habla de un revival
de la Antropofagia en los años sesenta y setenta, que aparece
en movimientos culturales como el Tropicalismo, tomado en su sentido
más amplio[10]. Lo que hace reactivar esta herencia es,
sin duda, el hecho de que la convocación de las marcas
de esta tradición inscritas en nuestro cuerpo trae el respaldo
necesario para sostener la creación de una subjetividad
flexible y la conquista de una libertad de experimentación
que se constituían en aquel momento. Se redescubre en la
Antropofagia, como ya lo había propuesto el propio Oswald
de Andrade, un “programa de reeducación de la sensibilidad”
que puede funcionar como una “terapéutica social
para el mundo moderno”[11].
De hecho, como todas las vanguardias culturales de aquellos años,
el espíritu visionario de los modernistas brasileños
apuntó críticamente, ya en los años veinte,
los límites de las políticas de subjetivación,
de relación con el otro y de producción de cultura
propia del régimen disciplinario. También como las
demás vanguardias, uno de los principales objetivos de
su crítica fue la política identitaria impulsada
por ese régimen. Pero en Europa las vanguardias tuvieron
que inventar, de cero, nuevas formas de vivir y de crear y, en
algunos casos, lo hicieron inspirándose en la figura de
su supuesto “otro”, el colonizado, objeto de la proyección
del imaginario utópico de los colonizadores, que tendía
a ser el reverso idealizado de sí mismos. En Brasil, sin
embargo, esta otra política de subjetivación no
tenía que ser inventada: estaba inscrita en nuestra memoria,
desde los inicios de la fundación del país. Me refiero
a la inexistencia de una identificación absoluta y estable
con cualquier repertorio, la inexistencia de obediencia ciega
a las reglas establecidas, la apertura para incorporar nuevos
universos, la libertad de hibridación, la flexibilidad
de experimentación y de improvisación para crear
territorios y sus respectivas cartografías (todo esto llevado
con gracia y alegría). El servicio que el movimiento modernista
brasileño prestó a la cultura del país fue
el de circunscribir y valorar esta política, dándole
el nombre de “antropofagia”. Ello hizo posible tomar
conciencia de esta singularidad cultural que puede afirmarse,
a contrapelo de la idealización de la cultura europea,
como la herencia colonial que marcaba la inteligentzia del país.
Cabe acotar que esta identificación sumisa es aún
hoy en día la marca de buena parte de la producción
intelectual brasileña, que en algunos sectores solamente
sustituyó su objeto de idealización por la cultura
estadounidense, lo que se registra especialmente en el caso del
arte.
En las décadas de los sesenta y setenta las transformaciones
inventadas por el arte a comienzos de siglo dejaron de restringirse
a las vanguardias culturales; pasadas algunas décadas,
éstas habían contaminado el tejido social y vendrían
a expresarse más contundentemente en la generación
nacida después de la Segunda Guerra Mundial. Para esta
generación, la sociedad disciplinaria que alcanzó
su auge en aquel momento se tornó absolutamente intolerable,
lo que la hizo lanzarse a un proceso de ruptura con este patrón
en su propia existencia cotidiana. La subjetividad flexible se
tornó así el nuevo modelo. En Brasil, en este mismo
período, el ideario antropofágico se reactivó,
lo que dio a este movimiento en el país una libertad de
experimentación especialmente radical.
Zombis antropofágicos
La existencia de esta tradición antropofágica generó
en Brasil una situación peculiar también en el proceso
de instalación del neoliberalismo y de la clonación
que realizó de los movimientos de las décadas anteriores:
el know how antropofágico daba a los brasileños
y brasileñas un juego de cintura especial para adaptarse
a los nuevos tiempos. Quedamos extasiadas por ser tan contemporáneos,
por estar tan a gusto en la escena internacional de las nuevas
subjetividades posidentitarias, de estar tan bien equipados para
vivir esta flexibilidad posfordista (lo que nos convierte por
ejemplo en campeones internacionales de publicidad y nos posiciona
entre los grandes en el ranking mundial de las estrategias mediáticas)[12].
Sin embargo, ésta es tan sólo la forma que tomó
la voluptuosa y alienada entrega a este régimen en su aclimatación
en tierras brasileñas, haciendo de sus habitantes, principalmente
los urbanos, verdaderos zombis antropofágicos. ¿Características
previsibles en un país con pasado colonial? Sea cual sea
la respuesta, una señal evidente de esta identificación
patéticamente acrítica para con el capitalismo financiero
de parte de la propia elite cultural brasileña, es el hecho
de que el liderazgo del grupo que reestructuró el Estado
brasileño enyesado por el régimen militar, haciendo
del proceso de redemocratización su alineamiento al neoliberalismo,
se compone, en gran parte, de intelectuales de izquierda que vivieron
muchos de ellos en el exilio durante el período de la dictadura.
Porque la Antropofagia es una forma de subjetivación cuya
diferencia respecto de la política identitaria no garantiza
nada de por sí, ya que se puede investir de diferentes
éticas, de las más críticas a las más
execrablemente reaccionarias. Ya lo apuntaba Oswald de Andrade,
designando a estas últimas “baja antropofagia”[13].
Lo que distingue a tales éticas entre sí es el mismo
“pero” que señalé anteriormente al referirme
a la diferencia existente entre la subjetividad flexible inventada
en los años sesenta y setenta y su clon fabricado por el
capitalismo posfordista. Esta diferencia reside en la estrategia
de creación de territorios e, implícitamente, en
la política de relación con el otro: para que este
proceso se oriente por una ética de afirmación de
la vida es necesario construir territorios con base en las urgencias
indicadas por las sensaciones, es decir, las señales de
la presencia del otro en nuestro cuerpo vibrátil. Es en
torno a la expresión de estas señales, y de su reverberación
en las subjetividades que respiran el mismo aire del tiempo, que
van abriéndose posibles en la existencia individual y colectiva.
Ahora bien, no es ésta, de ninguna manera, la política
de creación de territorios que ha predominado en Brasil:
el neoliberalismo movilizó lo que esta tradición
tiene de peor, la más baja antropofagia. La “plasticidad”
de la frontera entre lo público y lo privado y la “libertad”
de apropiación privada de los bienes públicos tomada
en broma es una de sus peores facetas, impregnada de la herencia
colonial (es precisamente por esta faceta de la antropofagia que
Oswald de Andrade había llamado la atención para
designar su lado reactivo). Este linaje intoxica a un punto tal
a la sociedad brasileña, especialmente a su clase política,
que sería ingenuo imaginarse que pueda desaparecer como
por arte de magia.
Son cinco siglos de experiencia antropofágica y casi uno
de reflexión sobre la misma a partir del momento en que,
al circunscribirla críticamente, los modernistas la tornaron
consciente. Ante esto, nuestro know how antropofágico puede
ser útil hoy en día, no para garantizar nuestro
ingreso en los paraísos imaginarios del capital, sino para
ayudarnos a problematizar esta desgraciada confusión entre
las dos políticas de subjetividad flexible, separando la
paja del trigo, que se distinguen básicamente por el lugar
o no lugar que ocupa el otro. Este conocimiento nos permite participar
de modo fecundo en el debate que se traba internacionalmente en
torno a la problematización del régimen que hoy
se tornó hegemónico e, indisociablemente, de la
invención de estrategias de éxodo del campo imaginario
que tiene origen en su mito nefasto[14]. El arte tiene una vocación
privilegiada para realizar semejante tarea, en la medida en que
desgarra la cartografía del presente al liberar la vida
en sus puntos de interrupción devolviéndole la fuerza
de germinación: una tarea totalmente distinta e irreducible
a aquéllas otras de denuncia o de concientización,
que son del dominio de la macropolítica.
Pero, para eso, tenemos que tratar la enfermedad que resultó
de la desafortunada confluencia en Brasil de tres factores históricos
que incidieron negativamente en nuestra imaginación creadora:
la traumática violación por parte de la dictadura,
la explotación chulesca por parte del neoliberalismo y
la activación de una baja antropofagia. Esta confluencia
tornó sin duda más exacerbados el envilecimiento
de la capacidad crítica y la identificación servil
con el nuevo régimen.
Aquí podemos volver a nuestra indagación inicial
acerca de la situación peculiar de Brasil en el campo geopolítico
del debate internacional que viene trabándose, hace casi
dos décadas, en el territorio del arte, en torno al destino
de la subjetividad, a su relación con el otro y a su potencia
de invención bajo el régimen de capitalismo cultural.
La triste confluencia de los tres factores históricos puede
ser una de las razones por las cuales este debate es tan reciente
en el país. Por supuesto que hay excepciones entre nosotros,
como es el caso de Lygia Clark, quien un año después
de Mayo de 1968 preanuncia ya esta situación. He aquí
como ella la describe la época: “En el mismo momento
en que digiere el objeto, el artista es digerido por la sociedad
que ya encontró para él un título y una ocupación
burocrática: él será el ingeniero de los
pasatiempos del futuro, actividad que en nada afecta el equilibrio
de las estructuras sociales. La única manera en que el
artista puede escapar de la recuperación es buscando desencadenar
la creatividad general, sin ningún límite psicológico
o social. Su creatividad se expresará en lo vivido”[15].
¿Qué puede el arte?
Es desde el interior de este nuevo escenario que emergen las preguntas
que se pueden plantear a quienes piensan/crean, especialmente
los y las artistas, en el afán de delinear una cartografía
de lo contemporáneo; y que lo hacen con el fin de identificar
sus puntos de tensión para hacer irrumpir justamente ahí
la fuerza de creación de otros mundos.
Un primer bloque de preguntas sería relativo a la cartografía
de la explotación chulesca. ¿Cómo se aplica
a nuestra vitalidad el torniquete que nos lleva a tolerar lo intolerable,
y hasta a desearlo? ¿Por medio de qué procesos nuestra
vulnerabilidad al otro se anestesia? ¿Qué mecanismos
de nuestra subjetividad nos llevan a ofrecer nuestra fuerza de
creación para la realización del mercado? ¿Cómo
son capturados por la fe en la promesa de paraíso de la
religión capitalista nuestro deseo, nuestros afectos, nuestro
erotismo, nuestro tiempo? ¿Qué prácticas
artísticas han caído en esta trampa? ¿Qué
es lo que nos permite identificarlas? ¿Qué hace
que sean tan numerosas?
Otro bloque de preguntas, en verdad inseparable del primero, sería
relativo a la cartografía de los movimientos de éxodo.
¿Cómo liberar la vida de sus nuevos impasses? ¿Qué
puede hacer nuestra fuerza de creación para enfrentar este
desafío? ¿Qué dispositivos artísticos
lograrían hacerlo? ¿Cuáles de éstos
estarían tratando al propio territorio del arte, cada vez
más codiciado (y socavado) por el chuleo que encuentra
allí una fuente inagotable para extorsionar plusvalía
de poder? En suma, ¿cómo reactivar en los días
actuales la potencia política inherente a la acción
artística, su poder de instauración de posibles?
Respuestas a éstas y otras tantas preguntas están
construyéndose mediante diferentes prácticas artísticas
junto con los territorios de todo tipo que se reinventan cada
día. Por lo que parece, el paisaje geopolítico del
chuleo globalizado ya no es exactamente el mismo. Corrientes moleculares
vienen moviendo las tierras. En este momento, estarían
atravesando los subterráneos de América Latina.
________________________________________
[1] Se refiere la autora a la proliferación de colectivos
de arte político que ha tenido lugar fundamentalmente en
el área de São Paulo en años recientes: Contra
Filé, Bijari, Cia Cachorra, Catadores de Histórias,
c.o.b.a.i.a., A revolução não será
televisionada, TrancaRua, Frente 3 de Fevereiro ... Si se rastrean
algunos de lo momentos más “visibles” e “institucionales”
de la articulación de este “movimiento local”
con actividades semejantes que tienen lugar fuera de Brasil --articulación
a la que Suely Rolnik se refiere sin detallar-- se obtiene un
interesante diagrama de algunas formas recientes de articulación
translocal entre prácticas artísticas politizadas
que está sucediendo en estos años, algunas de cuyas
caracteristicas serían: la progresiva conexión con
prácticas sociales y políticas locales (por ejemplo
el Movimento Sem Teto do Centro) y traslocales; una relación
“flexible”, desprejuiciada, con la institución
artística, con entradas y salidas fluidas de las instituciones,
etcétera. Véase, por ejemplo, la participación
de trece colectivos en la IX Bienal de La Habana bajo el título
Territorio São Paulo (http://www.bienalhabana.cult.cu/protagonicas/proyectos/proyecto.php?idb=9&&idpy=23),
la exposición Kollektive Kreativität en Kassel, organizada
por el colectivo de Zagreb What, How & for Whom (WHW) (http://www.fridericianum-kassel.de/ausst/ausst-kollektiv.html#interfunktionen_english),
la edición bonaerense del proyecto Ex Argentina, coordinada
por, entre otros, el grupo Etcétera (http://www.exargentina.org/participantes.html)
y la exposición Self-Education en el Centro Nacional de
Arte Contemporáneo de Moscú, coordinada por Daria
Pirkyna y el colectivo de San Petesburgo Chto Delat? (¿Qué
hacer?) (http://transform.eipcp.net/calendar/1153261452). Sobre
Kollektive Kreativity, WHW, Etcétera, Ex Argentina, Grupo
de Arte Callejero (GAC)..., véase Brumaria, nº 5,
Arte: la imaginación política radical, verano de
2005, <http://www.brumaria.net> [NdE].
[2] Piénsese en la última edición de la Bienal
de Sao Paulo, 2006 [NdE].
[3] Véase Hubert Godard, “Regard aveugle”,
en Lygia Clark, de l’oeuvre à l’événement.
Nous sommes le moule. A vous de donner le souffle, Suely Rolnik
y Corinne Diserens (eds.), Musée de Beaux-Arts, Nantes,
2005. Versión brasileña: “Olhar cego”,
en Lygia Clark, da obra ao acontecimento. Somos o molde, a você
cabe o sopro, Pinacoteca del Estado, São Paulo, 2006. El
texto es la trascripción de una entrevista que filmé
con Godard en el contexto de un proyecto que vengo desarrollando
desde 2002, que apunta a la construcción de una memoria
viva sobre las prácticas experimentales propuestas por
Lygia Clark y el contexto cultural brasileño y francés
donde tuvieron su origen. Las cincuenta y seis filmaciones realizadas
hasta el momento fueron objeto de una exposición en Francia
y en Brasil, de la cual la publicación antes mencionada
constituye el catálogo.
[4] Suely Rolnik, Cartografia Sentimental. Transformações
contemporâneas do desejo, Estação Liberdade,
São Paulo, 1989. Véase también la edición
de 2006 (Sulina, Porto Alegre), la cual incluye un nuevo prefacio.
[5] Las nociones de “capitalismo cognitivo” o “cultural”,
propuestas por el grupo de pensadores ligados a Toni Negri y a
la revista francesa Multitudes a partir de los años noventa,
son herederas de la idea que permea toda la obra de Deleuze y
Guattari acerca del estatuto de la cultura y de la subjetividad
en el régimen capitalista contemporáneo. [Véase
en castellano: Maurizio Lazzarato, Yann Moulier Boutang, Antonella
Corsani, Enzo Rullani et al., Capitalismo cognitivo. Propiedad
intelectual y creación colectiva, Traficantes de Sueños,
Madrid, 2004, accesible en <http://traficantes.net/>].
[6] Desarrollé la noción “subjetividad flexible”
en algunos de mis ensayos recientes, entre los que se encuentra
“Politics of Flexible Subjectivity. The Event-Work of Lygia
Clark”, en Terry Smith, Nancy Condee & Okwui Enwezor
(eds.), Antinomies of Art and Culture: Modernity, Postmodernity
and Contemporaneity, Duke University Press, Durham, 2006; “Life
for Sale”, en Adriano Pedrosa (coord.), Farsites: urban
crisis and domestic symptoms. InSite, San Diego y Tijuana, 2005.
Véase Brian Holmes, “The Flexible Personality”,
en Hieroglyphs of the Future, WHW y Arkzin, Zagreb, 2002), accesible
online en <http://www.u-tangente.org/> [versión castellana:
“La personalidad flexible. Por una nueva crítica
cultural”, en, Brumaria, nº 7, Arte, máquinas,
trabajo inmaterial, 2006 (http:///www.brumaria.net) y publicación
multilingüe en este monográfico, transversal: máquinas
y subjetivación. <http://transform.eipcp.net/transversal/1106/holmes/es>].
[7] Véase supra, nota 5 [y también algunas discusiones
sobre las nuevas formas de trabajo y la posible conformación
a partir de ellas de nuevos sujetos políticos, tal y como
se están dando en el seno de algunos movimientos europeos
entorno a la precariedad social; véase por ejemplo, en
castellano, Chainworkers, Trabajar en las catedrales del consumo,
en Brumaria, nº 3, 2004, accesible en <http://www.ecn.org/chainworkers/chainw/libro_cw.htm>].
[8] Al comenzar la dictadura militar en Brasil, el movimiento
cultural persiste con toda su garra. Con la promulgación
del Acta Institucional Número 5 (AI5) en diciembre de 1968,
el régimen recrudece y el movimiento pierde aliento, tendiendo
a paralizarse. Como todo régimen totalitario, sus efectos
más nefastos tal vez no hayan sido aquellos palpables y
visibles de la prisión, la tortura, la represión
y la censura, sino otros, más sutiles e invisibles: la
parálisis de la fuerza de creación y la consiguiente
frustración de la inteligencia colectiva, por quedar asociadas
a la amenaza aterrorizadora de un castigo que puede llevar a la
muerte. Uno de los efectos más tangibles de tal bloqueo
fue el número significativo de individuos jóvenes
que vivieron episodios psicóticos en la época, muchos
de los cuales fueron internados en hospitales psiquiátricos,
no siendo pocos quienes sucumbieron a la “psiquiatrización”
de su sufrimiento, no habiendo vuelto jamás de la locura.
Tales manifestaciones psicóticas, en parte provenientes
del terror de la dictadura, ocurrieron igualmente en el ámbito
de las experiencias-límite, características de la
así llamada contracultura, que consistían en toda
especie de experimentación sensorial, incluyendo generalmente
el uso de alucinógenos, en una postura de resistencia activa
a la política de subjetivación burguesa. La presencia
difusa del terror y la paranoia que éste engendra habrá
sin duda contribuido a los destinos patológicos de estas
experiencias de apertura de lo sensible a su capacidad vibrátil.
[9] Hemos insertado en varios puntos de este escrito la mención
a España en tanto en cuanto la hipótesis de Suely
Rolnik sobre el tipo de especial “seducción”
que los nuevos regímenes de subjetivación ejercieron
entre los años setenta y ochenta sobre la fuerzas de creación
que habían sido dañadas por los golpes de una dictadura
--con su modo de subjetivación autoritario--, nos parece
perfectamente aplicable al caso español: piénsese
si no en cómo la “liberalización” creativa
y de los modos de vida --con sus diversas “movidas”
y políticas culturales de Estado-- tuvo una relevancia
central para legitimar el nuevo sistema político encargado
de implementar el neoliberalismo y su régimen de subjetivación
flexible [NdE].
[10] El movimiento contracultural en Brasil fue especialmente
radical y amplio, habiendo sido el Tropicalismo una de las principales
expresiones de su singularidad. La juventud activa de la época
se dividía entre la contracultura y la militancia, las
cuales sufrieron igual violencia por parte de la dictadura: prisión,
tortura, asesinato, exilio, además de los muchos que sucumbieron
a la locura, como ya he señalado. La contracultura, no
obstante, jamás fue reconocida en su potencia política,
a no ser por el régimen militar que castigó ferozmente
a quienes de ella participaron, colocándolos en los mismos
pabellones destinados a los presos oficialmente políticos.
La sociedad brasileña proyectaba sobre la contracultura
una imagen peyorativa, originada en una visión conservadora,
compartida en este aspecto específico por la derecha y
por la izquierda (incluso por los militantes de la misma generación).
Tal negación, aún hoy, persiste en la memoria del
período que, diferentemente, preserva y enaltece el pasado
militante.
[11] Oswald de Andrade, “A marcha das utopias” (1953),
A Utopia Antropofágica, Obras Completas de Oswald de Andrade.
Globo, São Paulo, 1990.
[12] La televisión brasileña ocupa un lugar privilegiado
en el escenario internacional. Una señal evidente de esto
es el hecho de que las novelas de la red Globo se transmiten actualmente
en más de doscientos países.
[13] Oswald de Andrade , “Manifiesto Antropófago”
(1928), A Utopia Antropofágica, op. cit.
[14] Comencé a elaborar esta cuestión de la antropofagia,
en el sentido en que la estoy problematizando aquí, a comienzos
de los años noventa. Este trabajo dio lugar a tres textos.
El primero, escrito en 1993, es Schizoanalyse et Anthropophagie,
en Eric Alliez (ed.), Gilles Deleuze. Une vie philosophique, Les
empêcheurs de penser en rond, París, 1998; versión
brasileña: Esquizoanálise e Antropofagia, en Gilles
Deleuze. Uma vida filosófica, Editora 34, São Paulo,
2000. El segundo es “Subjetividade Antropofágica”
/ “Anthropophagic Subjectivity”, en Paulo Herkenhoff
y Adriano Pedrosa (eds.), Arte Contemporânea Brasileira:
Um e/entre Outro/s, XXIVa Bienal Internacional de São Paulo.
Fundación Bienal de São Paulo, 1998; reeditado en
Daniel Lins (ed.), Razão Nômade, Forense Universitária,
Rio de Janeiro, 2005. El tercero es “Zombie Anthropophagy”,
en What, How & for Whom (WHW) (ed.), Collective Creativity.
Dedicated to the anonymous worker, Kunsthalle Fridericianum, Kassel,
2005; versión francesa: “Anthropophagie Zombie”,
en Mouvement. L’indiscipline des Arts Visuels, en Artishoc,
no 36-37, París, septiembre-diciembre de 2005 [versión
castellana: “Antropofagia zombie”, en Brumaria, nº
7, Arte, máquinas, trabajo inmaterial. 2006, <http://www.brumaria.net/>.
Véase también supra, nota 1].
[15] Lygia Clark, “O corpo é a casa” (1969),
publicado por primera vez en francés con el título
“L’homme structure vivante d’une architecture
biologique et celulaire”, en Robho, nº 5-6, París,
1971; reproducido en Lygia Clark, Funarte, Río de Janeiro,
1980, y posteriormente en Manuel Borja-Villel y Nuria Enguita
Mayo (eds.), Lygia Clark, Fundació Tàpies, Barcelona,
1997.