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charla
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“Culturales
Objetos Suntuosos”
interferencias
Magazine in situ en arteba 2006
, , diego melero
modera:
lunes 22 de mayo 2006, 19 hs.
Rafael Cippolini: Yo me quedé pensando mucho en esa palabra,
porque la palabra suntuosidad, lo regio… Siempre la idea de
boato también tiene algo que ver con el estatus también,
pero del sujeto, no tanto del objeto. Y a mí me parece que
en ese sentido tiene más… lo empiezo a pensar por el
ámbito del coleccionismo, ¿no? Hay cierto viejo coleccionismo
que tenía una especie de legalidad del coleccionismo de tener
lo suntuoso, digo. Lo suntuoso y lo presuntuoso. Yo me acuerdo un
libro maravilloso de Julio Payró, de unas clases que él
había dado en Montevideo, cuando estaba en el exilio, un libro
que en realidad recogía esas charlas. Se llama “El estilo
del siglo XX”, de Ediciones de Belgrano, las viejas Ediciones
de Belgrano, de la Universidad de Belgrano. Y había un capítulo
súper interesante sobre una idea del nacimiento del coleccionismo
a partir de la burguesía, después a partir del siglo
XVIII, para lograr estatus frente a las viejas monarquías,
a los viejos reales.
Entonces, ahí había una idea de suntuosidad, que es
una idea de presumible, presuntuosidad frente a quienes tenían
verdaderamente abolengo. O sea que lo suntuoso sería para abolir
la falta de abolengo o la falta de ser real. Pero eso me parece que
hoy es totalmente demodé. O sea que en ese sentido en una obra
de arte, la suntuosidad, más con un plano conceptual, qué
se yo, después de Arte Povera, qué es lo suntuoso, es
que no lo sé.
Ahora, sí podríamos pensar que lo suntuoso es el marco,
la galería o el museo. Y es lo que le contagia lo suntuoso
al objeto en sí. Entonces una sala suntuosa hace que un objeto
que puede ser pobre tenga un contexto de suntuosidad. Entonces, me
parece que deberíamos comenzar a pensar desde ese lugar, de
si una sala contagia suntuosidad, o cómo una sala contagia
algún tipo de suntuosidad, más que el presumir de alguien.
Porque a mí me parece que si un collector hoy quiere presumir,
no necesariamente tiene que ser un objeto suntuoso. Una firma, un
fetiche de una firma ya presume más. Pero que el contexto puede
dar, sí. Me parece que tiene más que ver con la presuntuosidad,
digo yo. No sé, ¿vos qué pensás?
Diego
Melero: Creo que sí, que en realidad estaba pensando justamente
esa relación de lo suntuoso y lo presuntuoso que decís
vos, en relación al mercado del arte y el sistema del arte,
que el sistema enmarca a su vez al mercado yo creo, y a las instituciones.
Instituciones contemporáneas. Donde de alguna manera no es
que se pueda transmitir una manera tanto artesanal como conceptual
como objeto suntuoso para ser irradiado a otros ámbitos de
la cultura, propio de las artes visuales de los coleccionistas que
compran obra, sino en lugar de sí presumir una situación
subjetiva del artista. El artista presume, por más Arte Povera
que sea, que pertenezco a tal colección…
R.C.:
Es verdad.
D.M.:
O estoy en la colección de fulano o en la colección
de mengano.
R.C.:
Tal cual. O sea que sería lo presuntuoso pero no exactamente
lo suntuoso en este caso.
D.M.:
No, yo creo que lo suntuoso más me lleva a pensar los orígenes
de la modernidad de un lugar tal vez filosófico y artístico,
fines del siglo XVIII…
R.C.:
Claro, es que para mí el origen de la modernidad, en ese
sentido de lo moderno a partir de la Revolución Francesa
y demás, con el pensamiento burgués sí hay
una relación con lo suntuoso que es lo que decía.
Ahí sí presumir.
Belén
Gache: Yo estoy totalmente de acuerdo, y me parece que hay una relación
directa con lo que vos decís de la burguesía. Pero
además… porque lo suntuoso es moderno también
porque de alguna manera tiene que ver con la materialidad, con lo
perceptual de los objetos. Mientras que hoy en día el mercado
se mueve más con… Bueno, yo sé que Gustavo habló
de esto porque nosotros hablamos del logo, de la cuestión
del logo…
R.C.:
Totalmente.
B.G.:
Entonces, es una cuestión totalmente inmaterial que se intercambia
y no tiene que ver con la materialidad. Entonces lo que se está
vendiendo en el mercado es otra cosa.
R.C.:
Una marca.
B.G.:
Es la marca. El nombre de un artista funciona como una marca.
R.C.:
Una marca registrada.
D.M.:
Exactamente.
B.G.:
Después, por ejemplo, también algunas cosas respecto
a la sociología del intercambio, las formas del intercambio.
El típico ejemplo del potlach con el cacique… Bueno,
vos decías: hay que presumir y cuanto más se tiene
más jerarquía social tenés y en realidad el
potlach era todo lo contrario. La generosidad de cuanto más
das o más perdés, más jerarquía social
tenés.
R.C.:
Pero están vinculados, fijate. Yo pensaba: pertenecer a una
colección, una colección también es una marca…
B.G.:
Por supuesto, hoy en día ni hablar.
R.C.:
Es el logo, vos pertenecés a la colección Helf, entonces,
no sé, tenés ese logo, es esa marca. Está vinculado.
Lo que dice Belén yo comparto totalmente, que hay una marca,
estar en una colección es una marca, ahí se cierra
la cosa.
B.G.:
La cuestión… Digamos, es claro que la suntuosidad para
mí es una categoría moderna y hoy en día esa
categoría moderna no existe y lo que se intercambian son
bienes inmateriales en el campo del arte. Pero igual la cuestión
del intercambio es importante: qué se está intercambiando,
qué cosas se intercambian. Bueno, ¿el arte qué
es? Lévi Strauss decía: se intercambian bienes, mensajes,
objetos.
R.C.:
Pero sucede más en el orden de lo inmaterial y lo simbólico,
creo, en ese caso, cada vez más.
B.G.:
Claro, esas eran justamente las categorías modernas que hoy
en día no se pueden sostener o separar así.
R.C.:
Sin duda, porque hay algo, como una crisis de la materialidad, pero
el tema sería: ¿existen ideas suntuosas? ¿Existe
una idea de suntuosidad que pueda ser contagiosa? ¿Y qué
valor tiene esa idea de suntuosidad?
B.G.:
Sí.
D.M.:
A mí me parece que sí hay ideas suntuosas. ¿Y
sabés desde dónde lo veo yo? Desde el lado de la producción
de la obra, del artista que tiene tal proyecto… Por ahí
estoy equivocado, pero lo suntuoso se representa en la producción
en cuanto a los costos impuestos. No sé, por ahí es
un conflicto personal que yo no lo haría y no podría
tampoco. No sé qué me pasa con ese dinero, suponte
que si tal proyecto cuesta diez mil dólares, y vos tenés
que pedir a instituciones nacionales o a amigos, a coleccionistas
privados en el caso de la Argentina… Yo tengo poca experiencia
en el ámbito internacional pero por ahí es un poco
más fácil o no, no sé, por ahí es tan
difícil como acá. Pero esa idea “esa producción
se me hace suntuosa…”
R.C.:
Es un tema súper interesante, que la suntuosidad está
hoy en la financiación de una obra es real. Que hay una idea
de grandilocuencia que es un gran show: “bueno, vamos a hacer
un gran show”, y que lo suntuoso es qué sponsor encontrás.
B.G.:
Es curioso, Debord decía que la mercancia era espectáculo,
que a partir de los 60 la mercadería era espectáculo.
R.C.:
Y es real. Decia: vivimos en la era De Gaulle..., es todo lo que
él aborrecía. Las grandes stars del arte contemporáneo
son vedettes que hacen grandes espectáculos también.
Llegar a montar un buen show en todo sentido.
B.G.:
Igual es cierto que a mí me sonaba esta cuestión de
lo suntuoso. Y a pesar de todo lo que estamos hablando, quizás
lo suntuoso sí tiene como un grado de emotividad, te puede
despertar un grado de emotividad. Las cosas suntuosas siguen teniendo
un grado de deslumbramiento.
R.C.:
Yo ahí trataría de deslindar por un lado la gran producción,
que puede ser una producción sugestiva por el quantum, pero
no ser suntuosa en sí. Porque puede ser una gran producción
que vos decís, no sé, cosas de Frank Stella que tienen
una escala monumental y uno se queda ‘wow!’. ¿Pero
es suntuoso eso? Yo no sé si es suntuoso. Yo creo que la
idea de suntuosidad… Por ejemplo, sí, a ver, es suntuoso…
Hoy es suntuoso en Buenos Aires para mí Faena Universe. Eso
es suntuosidad. ¿Entendés? Suntuosidad kitsch. La
de Starck es una suntuosidad que puede ser repulsiva, pero es suntuoso
en ese sentido.
B.G.:
Esto es suntuoso para mí.
D.M.:
Ah, qué bueno.
B.G.:
Un templo budista. Es el templo de Borobudur.
D.M.:
A mí me gusta ver, es de otros tiempos pero es eso.
R.C.:
Claro, esta sería como la suntuosidad premoderna.
B.G.:
Y que tiene ahí como una dimensión mística,
¿no?
R.C.:
Bueno, también, las grandes catedrales son suntuosas.
B.G.:
Pero estaba también toda esa cuestión… Una de
las cosas que se me ocurrió es esta lucha que hubo dentro
de la iglesia en cuanto a las imágenes de no representar,
de lo austero o del boato máximo como para emocionar o captar
a los fieles, con mucho oro, mucho esmalte.
R.C.:
Tal cual.
B.G.:
Bueno, pero en este caso son como las tres dimensiones: el mundo
sensible, el domino de los deseos y el nirvana, como un Gran Mandala
universal que transporta…
R.C.:
Sí, es fabuloso.
D.M.:
Yo creo que hay como tres destinos, volviendo un poco de esto a
la Modernidad, en un plano más bien económico y por
ahí sociológico, que sería: la producción
de la obra de arte, del artista que es este plano al que yo me refería
cuando hablaba de lo suntuoso que quiere tanto dinero para esta
producción; el segundo es el lugar que se le da a la distribución,
el de la distribución de ese producto que sería hacia
dónde; y el destino final, que quizás nos conduciría
hacia otro lugar, que sería la contracara de un mercado que
no es que tenga el preconcepto del objeto suntuoso pero que siempre
termina como aceptando esa condición. Como que el mercado
en realidad no es culpable de una situación, de una especie
de sobreproducción suntuosa –si se puede llamar así–
de obras desde el espectáculo grandilocuente, desde el espectáculo
no es tan bello para nada como este (templo budista) imponente,
sino que como que está fuera de lugar, fuera de un lugar,
de un contexto. Sin embargo, el mercado es el que termina de alguna
manera reconociendo esa suntuosidad o denegándola justamente.
De todas maneras, yo creo que hay una doble faz del mercado que
lo exime un poco de algunas culpabilidades que se le atribuyen,
que sería la posibilidad de comprar algo suntuoso como objeto
de arte o la posibilidad de comprar algo conceptual, minimalista.
Esta es una reflexión final que la hago a partir de lo que
vos decías recién, que está muy bueno eso,
del catolicismo por un lado y el protestantismo por el otro.
R.C.:
Ahora, a mí me parece más que evidente que en estos
tiempos, al menos en occidente, las religiones son menos suntuosas,
el catolicismo es menos suntuoso. La suntuosidad del catolicismo
está en bancarrota total, y de la cristiandad, te diría,
en sí. Ahora, no sé cómo, en oriente ya es
más raro, o a mí se me escapa más. Pero me
parece que esa suntuosidad es parte del pasado que del presente.
Las religiones buscan algún tipo de efectividad, la encuentran
o no pero todo lo contrario.
B.G.:
En realidad, esa discusión es medieval.
R.C.:
Totalmente. Renancentista también.
B.G.:
Porque ya cuando empezaron a hacer las catedrales… En todo
caso, es una lucha entre el estilo románico y el gótico…
R.C.:
Tal cual.
B.G.:
Pero igual yo creo que el mercado, por poner un poco lo que decíamos
antes, hoy no se mueve con comprar objetos, ni siquiera objetos
inmateriales. Cuando alguien compra, igual que en el potlacht, en
realidad lo que está haciendo es ingresar en un circuito.
O sea, comprar esa obra te hace entrar en un circuito…
R.C.:
Pertenecer.
B.G.:
Pertenecer a un circuito que como sacás ventajas de otro
lado, no por eso que compraste, no porque lo pagaste caro o barato,
sino porque ingresás en un circuito.
D.M.:
La legitimación de ese destino final es una pregunta. La
legitimación de ese producto final que está en el
mercado, que puede ser conceptual, o que no sea un objeto, que sea
inmaterial incluso, tiene antes como un recorrido institucional,
como si fuera un reconocimiento, una legitimación de instituciones
que avalan al collector desde ese lugar, ¿no?, de esa obra.
B.G.:
Como una red. Es decir, de una estructura no podés sacar
una parte.
R.C.:
Pero ahí está. Ahí llegamos a algo que estoy
de acuerdo y me parece súper para tener en cuenta: hay grados
de suntuosidad dentro de la pertenencia.
B.G.:
Claro.
R.C.:
Eso es, ahí estamos. Hay un desplazamiento del objeto. Es
la pertenencia a un circuito.
B.G.:
Yo había anotado acá acerca del kula, que es una especie
de potlacht pero que se hace en Nueva Guinea. Entonces los tipos
intercambiaban collares de coral y pulseras de caracoles blancos,
pero no se los podían quedar, la cosa eran pasarlos, pasarlos…
R.C.:
Una circulación.
B.G.:
O sea que no tenía el valor del atesoramiento, de tesoro.
Pero la cuestión es que no se podía practicar con
cualquiera, se practicaba entre asociados de la misma jerarquía
social. ¿Entendés? La posta no era “este bien
yo lo tengo, no lo tengo”, sino “yo puedo intercambiar
con estos tipos”.
R.C.:
Sí, puedo reclamarlo en el momento preciso.
B.G.:
Claro, y a ese no podés reclamar, a alguien de jerarquía
mayor…
R.C.:
Ahí tenemos una figura que sería arqueológica…
tal cual, podríamos trazar una genealogía con esa
figura. Estoy de acuerdo. Yo creo que hay guerras de pertenencia.
D.M.:
Hoy la polémica que hacíamos con unos amigos antes
de entrar acá era un poco la situación del mercado
que es tan abstracto, hay una visión tan abstracta del mercado
que en realidad se podría decir que el mercado mismo es una
obra. La obra del mercado.
R.C.:
Yo estoy totalmente de acuerdo con eso, sí.
D.M.: Lo reflexioné a partir de la experiencia de 40 argentinos
que viajaron a Estados Unidos. La situación que apareció
era hasta el punto que era ridículo aclarar esa situación
de que en realidad esto era en serio y no era una obra. Pero ellos
estaban muy atentos a la situación del producto y los valores,
el precio estaba presente. Yo no estuve, me lo contaron. Fue algo,
esas situaciones en que este producto puede pasar, esta legitimación
de un lugar difícil puede pasar a Christie’s.
B.G.:
Claro, vos tenés que tener en cuenta que los coleccionistas
es gente muy conservadora.
R.C.: Yo creo que pensar por fuera del mercado es imposible, porque
el mercado está. Pero hay que ver qué tipo de mercado
se acerca a cada tipo de obra, o al artista.
B.G.:
Es que no es una cosa menor.
R.C.:
Es fundamental, es la clave.
B.G.:
Porque si no le estás tratando de vender algo que…
R.C.:
Es que el estatus de un artista, verdaderamente muchas veces se
fija socialmente según al mercado que pertenezca.
B.G.:
Totalmente.
R.C.:
El grado de pertenencia.
D.M.:
Ahí hay una cosa interesante, entre lo que estás diciendo
vos Rafael del lugar del mercado o pertenencia con lo que dice Belén
del potlacht, que es una situación anterior a ciertos rasgos
del capitalismo, que sería el lugar del prestigio. Porque
por un lado está el prestigio propio, del sujeto, del artista
como realizador de obra y por otro lado está la objetualidad
no de la obra sino de la situación del mercado. Viste que
la gente pregunta y compara si tal artista es bueno. Yo creo que
hay valores del arte, por lo menos en la Argentina, donde el artista
ocupa un lugar, más allá de tener un precio, un valor,
aunque sea bajo, de circulación. Por eso la gente lo ve como
situación publicitaria si se quiere. Publicitaria en el sentido
de cuántas muestras hace por año, qué presencia
tiene en las charlas.
B.G.:
Sí, pero por ejemplo ahora que estuve en Berlín hay
una frase que dicen entre los artistas que es “Work famous
in Berlín”… Y bueno, en cada lugar hay una cosa
local con su panteón de héroes …
D.M.:
Que no trasciende.
R.C.:
No, sí.
B.G.:
Quiero decir, de ahí trasciende o no pero puede haber gente,
sobre todo en la Argentina que hay como una diáspora tan
grande y debe haber gente…
R.C.:
Referentes.
B.G.:
En general uno conoce las cosas que tiene inmediatamente al lado,
pero es muy difícil valorar. Quiero decir, a los muchos circuitos
a nivel social de una comunidad se le suman los muchos circuitos…
como el arte es así como global, los circuitos globales,
el mainstream, el no mainstream. No sé, quiero decir, es
tan complejo, tan complejo que lo que se imprime en todo caso es
la multiplicidad de lugares. No podés tener como un conjunto
y decir “esto…” y “estos son la gente que…”
porque se hace agua por todos los costados, ¿no?
D.M.:
De repente es como que la autoría de algo, una obra digamos,
hay como un autor y más que un autor, hay alguien que lo
comienza, y un día veo que realmente ya se multiplicó
y se hizo muy simultáneo el tema de que hay otros que lo
completan, que lo terminan, y que por ahí no es el mismo
autor inicial.
B.G.:
Bueno, eso pasa con todo mensaje, digamos.
D.M.:
Yo creo que pasa con todo mensaje, pero eso, digamos, desde el lugar
del receptor, pareciera que ya el receptor vendría a ser
el gran legitimador global de las instituciones y del mercado. El
artista, si es que todavía hay un artista inicial, no trasciende
si no progresa en ese tema.
B.G.:
Claro, vos decís el grado de virosidad que tiene su propuesta…
D.M.:
Esto viene por la pregunta de Alicia que habla sobre el tema de
la inmunidad. Alicia hizo un comentario que a mí me llamó
la atención si pasa o no, ella le dice el lugar de "la
ostentación". Si el discurso de estas prácticas
de prestigio en cuanto al arte como un lugar de suntuosidad, si
es que lo hay, transita inmune al mercado del arte. Yo creo qué
es el lugar del artista, del sujeto, más que de la obra el
de esta suntuosidad.
R.C.:
Sí, en eso estamos de acuerdo.
B.G.:
Sí, yo reconstruiría esa pregunta a partir de todo
lo que hablamos. Bueno, hay que ver, yo no creo que la suntuosidad
y el mercado hoy en día lo puedas conectar así, digamos…
R.C.:
Tal cual, tan rápido, no.
D.M.:
Para terminar de desarmar la pregunta, hay como un lugar de educación
donde los coleccionistas van accediendo al mercado y que no saben
por dónde ingresar. Y que por ahí empiezan a comprar
cosas que les suenan a ellos, como que esto sí se ve.
R.C.:
Eso pasa todo el tiempo.
D.M.:
Yo creo que pasa todo el tiempo.
B.G.:
Pasa que también poner al artista en el living del coleccionista
le sirve…
R.C.:
Pertenecer a ciertas colecciones es prestigioso, digamos, más
que vender la obra. Porque a un artista le interesa vender su obra.
B.G.: ¿Por la vigorosidad? Pero no solamente por eso, porque,
como decía él, la obra sigue circulando.
R.C.:
No, sin duda. Por esa razón, si no cae en un cul de sac,
ya está, fue. No es por la plata sino haber ganado la Guggenheim,
haber ganado cierto sponsor. Eso. Es una suma de logos. Es como
los aviones de la Segunda Guerra Mundial que ponían los loguitos,
es como si hubieran conseguido todos los loguitos. Es el “sí
logo”, o “quiero logo”. Entonces, tenés
un loguito, otro loguito, ¿entendés? Cuando sumás
diez loguitos podés canjearlos por otra cosa. Es así.
D.M.:
Como conclusión voy a decir dos cosas. En general, como a
un nivel de lo que pasa en el sistema artístico y en el mercado,
creo que hay de pronto como una crisis de sentido en cuanto a lo
que es la producción objetual, lo que es el objeto en la
redundancia de tal como tal. Hay una redundancia como de destinación,
posiblemente, que hoy en día los coleccionistas se están
animando, a partir de eso, a buscar, a indagar en obras conceptuales
e inmateriales, o situaciones efímeras, por decirlo de alguna
manera. Que no creo que sea tan frecuente la relación.
Y desde lo personal, creo que a mí como productor de arte,
como autor, porque hay un lugar de autoría, hay algunos logos
que me gustaría conseguir, que no los tengo. Tal vez. Pensar
eso, quiero seguir produciendo y pensando. Primero pensando y después
produciendo. Yo creo que me intento contener en cuanto a la relación
de la producción. Y sí acumular, por lo pronto, escritura
o algunos papeles que después me permitirían hacer
una obra que voy pensando con el tiempo. Es una situación
en la cual la suntuosidad puede existir –sí esto yo
lo creo– no desde el lugar del destino de tal de un objeto
suntuoso en sí mismo sino del lado de la situación
de la producción del artista.
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