|
|
Mientras te escuchaba me cerraba un círculo, al que podríamos
darle el nombre de Jorge Bonino. Recién hablabas de la revista,
del espacio dislocado, de llamar las cosas con otro nombre, y hará
un año, un año y un poco más, en la Fundación
Bonino, en la provincia de Córdoba, escuché una de
las cintas históricas en las cuales podemos escuchar la voz
de Bonino diciendo algo así como: “...pasé del
Land-art, cuando ejercía como arquitecto haciendo jardines
para la municipalidad de la Ciudad de Córdoba, al teatro
de revista.” Que bárbaro, pienso ahora, también
Magazine in situ puede ser un teatro de revista, una suerte de reformulación
de este tipo de experiencia. Jorge Bonino –voy a extenderme
un poco en este paralelismo que comencé a trazar- era un
arquitecto, y a fines de los sesenta realiza un espectáculo
muy recordado en el Instituto Di Tella, es la segunda vez que lo
hace, por primera vez lo hace en su provincia natal; es un espectáculo
con un guión en un idioma inventado, habla una lengua que
hasta ese momento no se hablaba, tira mapas, camina por el escenario…
utiliza un lenguaje que no existía.
Curiosamente cuando exporta con bastante éxito este espectáculo
por el mundo, lo lleva a un congreso de lingüistas y todo el
mundo empieza a reconocer palabras; algunos especialistas advierten
palabras en japonés, en finlandés, en diversos dialectos.
Y no se trataba de otra cosa que de ese idioma inventado, netamente
connotativo porque no decía nada y decía todo. También
pone en escena obras de teatro con un libreto mas o menos tradicional.
Los actores estaban en escena representando lo escrito y él
aparecía, irrumpía sin notación previa, y por
ejemplo se dormía en escena o comía, y en otro momento
se empezaba a interrelacionarse con los actores fuera del guión,
o preguntaba algo sobre la escena, sobre lo que estaba sucediendo.
Pensaba Bonino, ante todo, por la acción de cambiar la nominación
de algo, darle un nombre diferente al que siempre le damos, una
forma de empezar a hacer lo mismo de otra manera, refundar lo que
creemos conocer y descubrir otro mundo.
Con
respecto al espacio, que es el tema que nos convoca, voy a hablar
es de una hipótesis, una hipótesis de trabajo, que
llamo provisoriamente las propiedades de la extensión.
Creo que la noción de espacio es parte de la ideología
del artista, es parte de la propia estética del artista y
en algún momento cristaliza en un concepto que pueda funcionar
de diferentes maneras; cuando más me interesa es en aquellos
casos que llega acumulando nociones que le son previas y así
se genera. Lo que hice fue buscar en textos de artistas de artistas
argentinos del siglo XX aquellos momentos en donde nombraban al
espacio, y observar de qué modo lo nombraban y por qué
lo nombraban. Esta hipótesis previa de que el espacio es
una ideología, no debe entenderse en un sentido peyorativo,
todo lo contrario, sino como un sistema de ideas, pensando al espacio
como un sistema de ideas funcional, aunque a veces no dé
buenos resultados. Como toda hipótesis, no es excluyente.
Me propongo el mismo lazo, porque quiero conocerlo un poco mejor,
trato de ir a una zona, no agotarla pero si conocerla un poco más,
y una vez más vuelvo a tomar al siglo XX como objeto. El
siglo XX como un objeto en sí, como un objeto discursivo
y en esta caso como un teatro con sus actores, sus guiones y sus
propuestas.
Me limitaré a citar rápidamente unos pocos ejemplos,
para no aburrirlos. Me referiré a una acotada selección
de momentos que pueden encontrarse en mi libro Manifiestos Argentinos,
políticas de lo visual.
La
primera de las discusiones que encuentro, que puede ser provechosa
para observar la situación de espacio en la Argentina, es
una discusión que puede tener dos actores muy importantes
en la historia de nuestro arte, y que son nada menos que Martín
Malharro y Fader.
Digamos que uno y otro, los miembros del grupo Nexus por un lado,
y por otro Malharro y sus discípulos –que en algunos
casos fueron tan buenos como su maestro-, tenían en principio
dos nociones de espacio que.., de una manera u otra los dos volvían
a las contradicciones de la noción que estaba en boga hacia
varios siglos, y funcionó con mayor ahínco durante
todo el siglo XIX, que es aquella fundada en que el espacio es aquello
que existe para ser capturado. Existe antes que la obra con el propósito
de ser capturado por ella. Es la obra, en definitiva, la que debe
capturar el espacio y ejercer su noción.
En principio la mejor manera, el modus propicio para capturar el
espacio, para ejercer esta noción de espacio, es la representación.
A partir de la representación el espacio ingresa a la obra.
En un texto de Fader que está sin fechar, en una etapa de
su vida en que estaba enfermo de tuberculosis, escribió algo
que me llama poderosamente la atención:
“Tengo
entendido -se arrogaba el beneficio de la duda- que cualquier persona
distingue entre el cielo de un día y entre el cielo de noche.
Lo que no distingue todo el mundo es la inagotable riqueza de tonos
dentro del espacio que se levanta por encima del horizonte y que,
estando allá, nos envuelve donde quiera que estemos”.
En
este texto vemos claramente algo que parece una constante en Fader,
y es que el artista es quien posee las facultades de captar más
íntegramente, casi hasta científicamente, la idea
de espacio, en detrimento de aquellos que no son artistas, y por
lo tanto en su experiencia cotidiana no logran captarlo con la misma
plenitud (y hasta exactitud).
Este entrenamiento de artista autoconcebido como máquina
óptica de precisión, esta ideología mecanicista
y positivista, Fader la comparte también con Ripamonte, su
compañero en el grupo Nexus.
Pero Ripamonte lleva esta cualidad perceptiva un poco más
allá, al menos en sus enunciados. Éste avanza más
hacia una topología de los cuerpos. Se trata de la modificación,
de una variación de un concepto que tanto él como
Malharro heredan del siglo anterior y que se hace evidente en la
dialéctica entre naturalistas y realistas, uno de los más
notorios debates de fines del siglo XIX.
Seguramente la disputa ejemplar sea la valoración de El Despertar
de la sirvienta de Sívori, cuyo imaginario, artístico
y social, ya puede rastrearse en las fabulosas gordas desnudas de
Prilidiano Pueyrredón, ya en la bañadera, ya en situación
de siesta.
Para Carlos Ripamonte el cuerpo argentino es un cuerpo ejemplar,
tiene su singularidad singularísima, es un cuerpo criollo
de muy observables características. Ese cuerpo criollo es
para Ripamonte un espacio en sí mismo, un equivalente simbólico
a las propiedades del paisaje, en tanto el cuerpo argentino se comporta
como un espacio siempre atravesado por la noción de Patria.
Esta
apropiación del espacio, esta cartografía (los límites
del cuerpo argentino, del espacio argentino) puede rastrearse asimismo
en la generación siguiente. No hay más que leer el
proemio de Policho Córdova Iturburu en la primera edición
de La Pintura Argentina del Siglo XX, en el cual afirma que, observado
una pintura cualquiera, sin tener idea quién es el autor,
él puede determinar si se trata de una obra de un artista
argentino o no. Y esto sucede porque el crítico está
muy entrenado para reconocer la luz argentina. El espacio parecería
ser el receptáculo e incluso la excusa para que ingrese en
escena la luz argentina. Y así cuenta la anécdota
de un pintor cordobés, que al regresar a su provincia natal
luego de una larga estadía de aprendizaje en Italia, debe
reeducar su visión porque la luz argentina nada tiene que
ver con la luz italiana. Su retina retardada necesitó de
una larga reeducación para volver a aprehender el espacio
patrio, bañado por la luz argentina. Por supuesto, esta ideología
lumínica es deudora de las creencias impresionistas y aún
la teoría adeuda establecer su historia.
Disímil
es la posición de Martín Malharro, mayor oponente
de los Nexus. En la revista Athinae, en septiembre de 1910, casi
una año antes de morirse, escribió:
“Se
extinguirá el sol, hará tiempo que los hombres no
existen ‘y la tierra proseguirá su rodante curso, llevando
a través de los espacios silenciosos las cenizas de la humanidad,
los poemas de Homero y los augustos fragmentos de los mármoles
griegos adheridos a sus flancos yertos’ ¿Y quién
puede asegurar que aún de ahí no surgirá el
rayo de luz germinal de un pensamiento que hablará, a los
nuevos habitantes del planeta, de la poesía intensa de las
ruinas que habitan y de las esperanzas que visten las tinieblas
que los cobijan, retoñando de la muerte la vida engendradora
de un Renacimiento que sin interrupción contiene así
las tradiciones del Arte más allá de la muerte?”
.
Esta
fue la batalla: el espacio, para Malharro, es uno de los elementos
constitutivos de su noción de Arte, que trasciende todos
los tiempos y las culturas. El platonismo malharriano entiende al
paisaje que ensaya sólo como simulacro, como captación
fragmentaria de un todo fuera de tiempo.
No
es el caso de un pintor, que decide convertirse simultáneamente
en astrólogo, para quien el espacio va a estar siempre vinculado
a un planteo astrológico. Así sucede en Xul Solar,
quien al año siguiente de la muerte de Malharro comienza
su extenso periplo europeo. Para Xul el espacio es símbolo,
es cifra. Y esa cifra posee invariablemente una correspondencia.
Y esta es una constante en toda su obra, que se extiende hasta la
década del sesenta.
Veamos
esto: Oliverio Girondo, en un texto publicado en la década
del treinta, en una revista titulada Contra, escribió:
“(...)
La superioridad del arte sobre las otras manifestaciones del espíritu
sólo radica en eso. Ella se encuentra más allá
de la moral, de la filosofía, y por lo tanto de la política,
porque, al crear belleza, encuentra una verdad, una utilidad, una
razón de ser, en sí misma, se libera, en cierto modo,
de las contingencias del tiempo y del espacio, ya que expresa algo
perdurable y universal”.
A
Malharro su platonismo le servía como purgante ante el avance
de una nacionalización del espacio, de una nacionalización
de la mirada, frente a la invasión del color local. A Girondo,
como remedio contra la viñeta proletaria, contra la represión
de la fantasía y la mala conciencia, siempre burguesa, de
la esquizofrenia del artista politizado que vende sus mercancías
a las clases acomodadas arengando, simultáneamente, contra
quienes son, finalmente, sus benefactores.
En
un texto de Marechal que a mí me gusta mucho, que fue publicado
en uno de los últimos números de la revista Martín
Fierro, el nº 43 del año 1927, se refiere al espacio
en relación a la obra del José Fiolavanti. Ahí
define al espacio como algo ornamental, algo que hay que llenar,
re-utilizando una noción que viene de los griegos, ya que
en sus comienzos la escultura fue un elemento decorativo de la arquitectura,
debió llenar el espacio triangular de un frontón griego
o decorar el pórtico romántico de una catedral.
“La
necesidad de llenar armónicamente un espacio trae consigo
el problema de la composición: componer es presentar un conjunto
eurítmico, donde se equilibren los grandes y pequeños
volúmenes, donde se hallen armonizadas las líneas
violentas con las serenas. Esto da lugar a una nueva deformación
de la realidad, tendiente a conseguir una armonía total de
relieves y un ritmo viviente de líneas.”
El
espacio, según esta posición, no es nada distinto
a un elemento privilegiado de la composición. Una función
de lo compositivo. Para adentrarse en la lucha por el establecimiento
del significado de la palabra “espacio”, en la cual
se juega toda una ideología, la historia sirve de inmejorable
repertorio. Las versiones de la Antigüedad, con sus tantas
tradiciones, siempre inspiraron un respeto universal, hasta incluso
en esta primera generación vanguardista (Xul, Marechal, Girondo)
que vuelve a reutilizar el peso de tantos siglos.
Pero en quienes y por quienes va a sobrevenir un gran quiebre conceptual
con estos artistas que estuve citado, es en aquellos que comienzan
a exponer sus obras y a producir sus textos programáticos
en la década del 40, como el caso de Kosice, Fontana, Maldonado,
y Lozza, y en otros poco posteriores como Martino, Salvador Presas
y Vidal, para sólo mencionar algunos.
Volvamos
a leer a quien de hecho es el padre del Espacialismo, Lucio Fontana.
En su Manifiesto Blanco (pieza textual de 1946 que no firma, sino
que hace firmar a sus alumnos) subraya específicamente la
importancia de pensar el espacio y hacer un quiebre con la obra.
En una de las primeras frases dice:
“Descubrimiento
de nuevas fuerzas físicas, el dominio sobre la materia y
el espacio, y ponen gradualmente al hombre en condiciones que no
han existido todavía en la historia. (...) Las condiciones
fundamentales del arte moderno se notan claramente en el siglo XIII
en que comienza la representación del espacio. Los grandes
maestros que aparecen sucesivamente dan nuevo impulso a esta tendencia.
El espacio es representado con una amplitud cada vez mayor durante
varios siglos. Los barrocos dan un salto en ese sentido: lo representan
con una grandiosidad aún no superada y agregan a la plástica
la noción de tiempo. Las figuras parece abandonar el plano
óptico y continuar en el espacio, así los movimientos
representados.”
“(...)
La era artística de los colores y las formas paralíticas
toca a su fin. El hombre se torna de más en más sensible
a las imágenes clavadas sin indicios de vitalidad. Las antiguas
imágenes inmóviles no satisfacen las apetencias del
hombre nuevo formado en la necesidad de acción, en la convivencia
con la mecánica, que se impone un dinamismo constante. La
estética del movimiento orgánico reemplaza a la agotada
estética de las formas fijas. Postulamos un arte libre de
todo artificio estético. Practicamos lo que el hombre tiene
de natural, de verdadero. Rechazamos las falsedades estéticas
inventadas por el arte especulativo. (...) La sociedad suprime la
separación entre sus fuerzas y las integra en una sola fuerza
mayor. La ciencia moderna se basa en la unificación progresiva
entre sus elementos. la humanidad integra sus valores y sus conocimientos.
es un movimiento arraigado en la historia por varios siglos de desarrollo.
De este nuevo estado de la conciencia surge un arte integral, en
el cual el ser funciona y se manifiesta en su totalidad. Pasados
varios milenios de desarrollo artístico analítico,
llega el momento de la síntesis. antes la separación
fue necesaria. Hoy constituye una desintegración de la unidad
concebida.”
“Concebimos
la síntesis como una suma de elementos físicos: color,
sonido, movimiento, tiempo, espacio, integrando una unidad físico
psíquica.
Color, el elemento del espacio.
Sonido, el elemento del tiempo.
El tiempo que se desarrolla en el tiempo y en el espacio, son las
formas fundamentales del arte nuevo, que contiene las cuatro dimensiones
de la existencia.
Tiempo y espacio.”
Para
toda esta generación, ideológicamente reactiva contra
los conceptos de espacio circulantes en quienes los precedieron,
considerándose dialécticamente superadores, la representación
fue indudablemente el método de fracturar el espacio anterior
a su dominio. Uno de los grandes enemigos, fue precisamente el ilusionismo,
o sea eso que había que dejar atrás. Para todos ellos
el espacio era algo muy diferente a la representación del
espacio. Eliminando la representación, el espacio adquiere
su manifestación definitiva.
Cada
uno de los artistas que nombré fue tomando posiciones diferentes.
Para Fontana, como vimos, la representación espacial es sólo
un capítulo de la historia de las mentalidades –y no
sólo del arte-. Un capítulo terminado.
Kosice, antes de explorar el espacio en sus propiedades líquidas,
sigue a Rothfuss en el ataque a lo que ellos llaman visión
de ventana, refiriéndose a la ventana renacentista, al rectángulo,
forma y visión de ver el mundo. El marco recortado o marco
irregular, en su contrario, vendría a quebrar esta noción.
Kosice también ataca al espacio surrealizante, al espacio
onírico, al que considera adscrito a las formas renacentistas
de representación.
Los adscriptos al grupo de Maldonado al principio indagan en estas
formas del marco irregular, a la que llaman Coplanares, aunque luego
del primer viaje a Europa de éste, luego de su entrevista
con Max Bill y alineándose, vuelven al soporte rectangular.
Para Maldonado, lo contrario al espacio del arte concreto es el
ilusionismo (producir mediante la perspectiva la sensación
de distancia), y dentro del ilusionismo considera a gran parte de
la abstracción lírica, como su último refugio.
Sé que estoy yendo demasiado rápido, pero la idea
en esta oportunidad no es profundizar sino simplemente trazar algunos
hitos fundamentales en esta brevísima historia de los comportamientos
del espacio en las ideologías de los artistas argentinos
del siglo XX.
La creación informalista, que hace su irrupción a
fines de la década del 50 y principio del 60, se relaciona
con el espacio desde la acción misma, siendo así la
acción fundante, el gesto, donde finalmente se determina
el espacio. El espacio como resultante de una acción gestual,
sin salirse jamás del principio de la bidimencionalidad de
la pintura.
Todo un capitulo a explorar, en esta dirección, podría
definirse en el título tentativo de El comportamiento del
espacio devastado, o sea, destruir, descomponer, quebrar el espacio,
aquello que tendría su puntapié inicial en el texto
de Kenneth Kemble de 1959, Arte Destructivo:
“La
idea resumida consiste en lo siguiente. La existencia del arte obedece
a una serie de necesidades vitales en el hombre, a las cuales parece
estar condicionado. (...)Pero así como el hombre deriva emociones
intensas, satisfacción, placer, o lo que quiera llamársele,
de las actividades constructivas y creadoras, también existe
en él, el polo opuesto. El de derivar emociones, placer o
satisfacción de la destrucción, del romper, quemar
o descomponer y, de la contemplación de tales actividades.
(...) Porque también en un proceso destructivo o de descomposición,
existe un orden; un orden difícil de entrever y explicar
ya que obedece más que cualquier otro acto a las complejas
leyes del azar -azar aparente, desde luego-.”
Luego
del gran giro de los artistas Madí y los concretos, de su
ataque definitivo a siglos de representación, los artistas
destructivos consideraron que el espacio, como todo, podría
destruirse. El espacio no era aquello que se representaba, ni aquello
que se ponía en escena, sino aquello que también debía
destruirse, ya no en forma definitiva (pues ¿qué sería
destruir el espacio de forma definitiva?) sino en tanto experiencia,
prueba, ensayo.
A
otro texto que deberíamos prestar particular atención
es a La Visión Elemental, dado a conocer por sus autores,
Alejandro Puente y César Paternosto en 1967. Su versión
o subversión me parece particularmente interesante, ya que,
contrariamente a las propuestas de Kosice y Maldonado, a sus diferentes
ideologías superadoras del ilusionismo que había gobernado
durante siglos de figuración, Puente y Paternosto proponen
algo muy distinto a superar la situación dialécticamente,
que consiste en crear un páramo por fuera de las interpretaciones
históricas, lo que habilita para recuperar y explorar el
antes de la codificación dominante de la representación,
encontrar una visión elemental antes de las convenciones
de la figuración misma, un viaje intenso por el antes de
la cultura de la figuración. (En otra dirección, unos
años antes, los artistas reunidos en Otra Figuración
y Nueva Figuración [Noé, De La Vega, Macció
y Deira] intentaron una dimensión paralela para el desarrollo
figurativo sin abdicar de las herramientas proporcionadas por las
tendencias informalistas.)
En este sentido, La Visión Elemental es un texto que esconde
una gran utopía, y quizá por esto me parece interesante
el intento de recuperar el aspecto ideológico de una figuración
despojada por completo de todo tipo de cronología con respecto
a las versiones dominantes y seculares de figuración.
Otro
texto que tiene infinitas citas, y que inaugura un nuevo comportamiento
para el espacio, para el concepto de espacio como algo re-materializado,
es un texto de Jacoby del año 1966, que se titula Contra
el Happening. Es un texto que recomiendo muy especialmente leer,
porque una y otra vez hace mención a este cambio de materialidad.
Ya un texto anterior, coescrito con Eduardo Costa, El manifiesto
del arte de los medios, reporta la desmaterialización del
objeto artístico y la rematerialización del espacio.
Se trata de un espacio que se inscribe únicamente dentro
de la realidad misma de los medios. Y a partir de ahí, provoca
un corte muy grande, un corte conceptual importantísimo con
respecto a todo lo anterior, porque ya nos e trata de un espacio
que podemos percibir aquí, sino de un espacio que está
en otra parte, y en esta razón paradójica radica su
gran novedad. Porque lo que él parece querer hacer en este
texto, es incluso superar eso, cuando dice:
“(...)
Cuando alguien decide pintar un cuadro –cualquiera fuera el
estilo, el tema elegido, la pericia para realizarlo-, se decide
ya, y en la decisión misma de “pintar”, por un
cierto mensaje. Un “medio” (óleo más tela)
no sólo transmite mensajes significativos, sino que es el
medio mismo, por oposición a otros medios, el que es significativo.
Además, los medios “ambientan”, inducen a las
conciencias y a los cuerpos a una cierta precisa percepción
del tiempo y del espacio. La decisión de elegir un medio
y no otro implica ideas acerca de las posibilidades materiales y
sociales de establecer la comunicación. Pero por lo mismo:
son ideas acerca de la sociedad. En el hecho, por ejemplo, de que
un artista elija el espacio plano en lugar de uno escultórico,
o de un espacio teatral, hay concepciones totalizadoras que no residen
en el “contenido” de lo que dice, sino en el medio elegido
para decir. Se han analizado en este sentido los medios masivos
de comunicación, pero no se ha hecho lo mismo con los medios
estéticos. Estos se han constituido en verdaderos mitos,
y como ocurre con todo mito, han terminado por naturalizarse; de
tal modo que nadie se pregunta por su validez. Si es posible discutir
sobre las ventajas, defectos o características de la televisión,
a nadie se le ocurre poner en duda a la pintura, la danza o al teatro.
Hay una conciencia acrítica de los medios estéticos
por la cual se los acepta tal como nos fueron dados. Se pretende
innovar en el campo del arte cambiando “contenidos”
o “formas”, cuando el problema es: unos medios u otros.”
El
espacio pasa a pensarse como espacio desmaterializado, cuya definitiva
apuesta teórica es la que Masotta realiza en el texto que
titula Después del pop, nosotros desmaterializamos, noción
de desmaterialización que Masotta toma de El Lissitzky. Se
trata de un espacio de materialidad adelgazada, que comienza a estar
en otro lugar, y a mí me hace pensar, algo que estos textos
sugieren, y es que el espacio del arte para nosotros, sudamericanos,
siempre estuvo en otro lugar. La gran mayoría de nosotros
conocimos por primera vez las obras de la gran tradición
occidental por fotografías, esto es, en el registro de un
espacio que no es el nuestro, nuestro primer contacto con las grandes
obras maestras siempre estuvo mediada. Las reproducciones de los
libros de arte fueron nuestros museos.
Obras traducidas: el espacio, en este sentido, es aquello que también
se nos presenta retraducido.
De
los textos de Emilio Renart puede inferirse una noción de
espacio distinta a cualquiera de las que vengo examinando, el espacio
como una fuerza incontenible, algo que está vivo, algo orgánico,
ante el cual el artista debería comportarse al modo de un
biólogo frente a los movimientos de una selva. Si para Jacoby,
por esos mismos años, el espacio constituía una elección
y una manipulación de esa lección (para Jacoby el
espacio siempre fue información, antes que nada) para Renart
el espacio es ingobernable, y esto sucede por su biología
particular, por su extensión tan difícil de determinar,
por su propia organicidad. Una información sobre la que no
se puede tener control.
Durante
la década del setenta irrumpe una nueva concepción
de espacio sostenida por la posibilidad de composición. Desde
entonces podemos referirnos a la composición del espacio
como un rompecabezas, como aquello que necesita recomponerse. Como
el tiempo de mi charla ya está más que excedido, postergaré
algunos diagnósticos sobre ésta década y la
siguiente hasta otra oportunidad. Concluiré mi exposición
refiriéndome a algunas obras y actitudes paradigmáticas
de los últimos años.
Una
de estas obras paradigmáticas es un cartel realizado por
Liliana Maresca, El espacio disponible. Lo curioso es que vuelve
a pensar el espacio como un dato, como pura información,
pero lo hace materialmente. Lo vuelve a inscribir como un signo,
que da cuenta de la disponibilidad del espacio y al mismo tiempo
materializa el espacio, como hizo Magritte con la pipa pero de forma
afirmativa. “Esto es un espacio disponible”. Lo importante
de este juego no radica en su negación, sino inversamente
en su tautología.
Los
espacios que mí más me cautivan son aquellos que percibo
como transversales. Por ejemplo, el uso que Prior hace del espacio,
donde existe un personaje (un conejo o un osito, por ejemplo), que
se sobrepone a lo gestual; al denso gesto primero que invade la
tela se sobrepone la representación heroica del personaje.
Estamos ante una concepción mixta del espacio: a la tensión,
sobre un mismo soporte, de un espacio al modo informalista y una
pequeña figuración que enfrenta esta disponibilidad.
No por otra razón, Prior ha definido su arte como “pintura
abstracta absolutamente figurativa”. Ya no se trata de pensar
un antes, un después, o un al costado del espacio de la figuración,
sino por el contrario llevar adelante la enseñanza zen festejada
por los beatniks: ante la posibilidad de avanzar por uno u otro
camino, hacerlo por los dos simultáneamente.
Otro
espacio inquietante es el que descubrimos en las obras de Eduardo
Stupía, que genera frondosidades impactantes sin alejarse
jamás de un minucioso ejercicio caligráfico. Todo
espacio, en Stupía, existe para concluir en una caligrafía.
Para
terminar, mencionaré algunas de los distintos modos de relacionarse
con el espacio que fueron desplegando las últimas y muy recientes
obras de Fabio Kacero. Pensemos en su última muestra, en
Ruth Benzacar, las correspondientes a la serie que yo denomino las
naturalezas muertas.
“(...)
¿Estamos, realmente, frente a una síntesis expandida,
a un archivo polimorfo de naturalezas muertas? La exhibición
parece un muestrario de impulsos y tratamientos tan inseparables
como privados, de amables y obsesivas mutaciones que se desplazan
o magnifican su escala: así vemos estas tan singulares naturalezas
muertas en relicarios, que recuerdan sus anteriores transparencias
–esas otras geometrías sensibles- pero agigantadas.
¿Una serie, una tabla periódica? Por lo pronto una
rematerialización, una onda expansiva que dispone los acolchados
(más pequeños, siempre caprichosos), que ahora actúan
como algunas telas de Giorgio Morandi, o sea, en tanto reservorios
de sensaciones lumínicas y táctiles que, inhabilitadas
por un vidrio, se proponen a otra pura visibilidad. Ensamblajes
que prosiguen reclamando su reserva de sinsentido.”
Tanto en sus nuevos objetos acolchados como en la filmación
de sus performances, Kacero vuelve a explorar antiguas concepciones
del espacio que algunos historiadores inauguran en las naturalezas
muertas de Chardin con herramientas conceptuales que se materializan
en la concreción de un nuevo formalismo.
Bueno,
esto es mas o menos un paneo que hice a groso modo sobre las ideologías
espaciales de los artistas argentinos durante un siglo. Algunos
segmentos.
Rafael Cippolini
Ensayista.
Editor de la revista de artes visuales ramona. Curador ocasional.
Docente. Miembro del Collège de 'Pataphysique y del Novísimo
Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires (NIAEPBA).
Miembro fundador del Instituto Marcel Duchamp Buenos Aires (IMADUBA).
Ex co-editor de la revista de poesía tsé=tsé.
Autor de Manifiestos Argentinos. Políticas de lo visual 1900-2000
(Adriana Hidalgo Editora, 2003). En la actualidad trabaja en un
volumen ensayístico sobre la vida y obra de Gyula Kosice,
fundador del movimiento Madí y junto a Gonzalo Aguilar en
una antología de investigaciones sobre la vida de Marcel
Duchamp en Argentina.
|
|
|