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puerto
de buenos aires - darsena norte- 26 de noviembre 2005, 20.30 hs.
edición:
- - fernando
lópez lage -
hacia
una teoría del arte boludol
por luís camnitzer (2005)
Boludo
y sus derivados, el improbable boluda y el producto boludez, son
términos del lunfardo o slang uruguayo/argentino. Con traducciones
aproximativas pero imprecisas en otros idiomas, el diccionario Oxford
por ejemplo registra la palabra como dickhead. Literalmente “cabeza
de pene” aunque en términos más groseros, dickhead
también es utilizado para describir a personas con cierta
lentitud y obsecación. Me falta la sutileza idiomática
para captar totalmente el término en inglés, pero
mi hijo, más erudito en estas cosas, lo describe como una
mezcla de dumbass (que viene a ser un asno imbécil) y asshole
(orificio anal). El primer significado comparte la lentitud y tosudez.
El segundo introduce otra dimensión que no es del todo apropiada
para este caso, la de de una mala intención, lo que llamaríamos
“mala leche”. En el equilibrio frágil entre ambos
significados y la gama que establecen, uno podría decir que
en esta escala el papel de Peter Sellers en la película “Being
There” (“Desde el jardín”) está
más cerca de la primer acepción. La película,
basada en una novela de Jerzy Kozinski, describe la vida de alguien
que esencialmente es un descapacitado mental y termina siendo presidente
de EEUU solamente porque, para bien o para mal, está donde
está en un momento dado. En la misma escala, Bush I se ubicaría
equidistante de los dos extremos, mientras que Bush II estaría
un poco más cerca de la segunda acepción. En todo
caso boludo es un término más complejo, ya que incluye
una cierta densidad hermética que es independiente del contexto
que la rodea. A esta cualidad se agrega una opacidad y falta de
sofisticación que resulta de una falta de percepción
del medio ambiente, o de una relación significativa con él.
El resultado es que el observador del boludo comienza a atribuir
cosas, a proyectar. Es gracias a esta proyección que el personaje
de Peter Sellers termina en la posición inesperada e inmerecida
de presidente de los EEUU.
El término “bolas”, origen de todo esto, se refiere
a testículos, y la imagen evocada es la muy compleja de un
toro superdotado que se mueve como un buey lento y carente, con
movimientos efectuados con el impedimento de la carga de un equipo
en última instancia inútil.
Estas explicaciones son importantes porque una vez que referimos
la palabra boludo al arte, entran otros factores que trascienden
lo que sería un arte meramente estúpido (en términos
de no-inteligente), emocionalmente inexpresivo, o trivial y obvio.
Además, muchas de estas cualidades también serían
atribuibles a un arte kitsch o a una producción en masa,
y no alcanzarían para captar lo que considero un auténtico
arte boludo. Es por lo tanto una palabra que, aunque no cubre todo
el significado que me gustaría, me es útil porque
contiene una plataforma importante. Me servirá hasta que
se encuentre una mejor.
Diría que la cualidad fundamental de un buen arte boludo
es la no- emisión --o por lo menos, la emisión minimizada--
de información. La obra tiene una presencia innegable, a
veces incluso agresiva, pero no dice nada. Es claro que “decir
nada” es una noción relativa—toda forma por más
vacía que sea tiene un sub-texto que de alguna manera introduce
un contenido—pero “decir nada” aquí quiere
decir que la obra no es declarativa, que no tiene un mensaje explícito.
La boludez está en relación inversa a la declaración
emitida. En ese sentido una obra formalista es altamente declarativa,
aún si su declaración se refiere a si misma y no a
un mensaje exterior. Al ser altamente declarativa, su grado de boludez
es relativamente bajo.
Es aquí donde probablemente hay que diferenciar entre boludez
y gratuidad. La obra gratuita, o “al cohete”, no es
necesariamente una obra boluda. La función de la obra boluda
es la de estar ahí--la de hasta cierto punto afirmar su presencia.
No es casual que la película de Peter Sellers en inglés
llevaba el título de “Being There”, de “estando
ahí”. Pero como la afirmación de presencia se
puede convertir en una declaración, la formalización
de la obra boluda forzosamente tiene que ser modesta. O sea que
a pesar de afirmar su presencia, al mismo tiempo también
la niega. O como dice Liliana Porter sobre el tema y sugiriendo
la obra de Morandi: “El arte boludo bien logrado, sería
capaz de ese silencio tan perfecto que nos permitiría, utópicamente,
escuchar. Lo boludo sería el espacio de lo contrario.”
Queremos entonces producir obras que en última instancia
nieguen su propia presencia sin llegar al extremo de la no-existencia.
Se trata de crear una obra que funcione en la frontera frágil
entre la imbecilidad y la invisibilidad sin caer ni en una ni en
la otra.
Una de las tentaciones para solucionar estos problemas es la de
hacer obras tautológicas. Históricamente, la tautología
fue usada para eliminar toda referencia no-artística y permitir
que la obra de arte sea nada más que ella misma. Eso se lograba
ya sea por medio de un reduccionismo formal o usando el contenido
como si fuera un zoquete dado vuelta sobre si mismo. El ejemplo
clásico en el arte norteamericano está dado por las
pinturas negras estriadas de Frank Stella, las cuales fueron hechas
como “reducciones” de la forma exterior del cuadro.
Pero el resultado de esta estrategia raramente permitió una
aproximación a un arte boludo en el sentido que quiero darle
aquí. La tautología en general se limitó a
generar obras estéticamente narcisistas y cerradas al público.
Fue un arte mucho más cercano al autismo que a lo boludo.
Primero porque afirmaba su existencia como parte del arte. Eso era
su razón de ser y justificación de su existencia.
Segundo, porque al mismo tiempo se declaraba autosuficiente, aislado
de toda otra realidad. Con una arrogancia escondida en una simplicidad
simplista, este arte trataba de establecer un valor absoluto e inamovible.
La obra se erigía en una entidad que no necesita de un público
para existir realmente. Eran obras anti-público.
Uno de los precursores del arte boludo fue Ruben Santantonín
(Argentina, 1919 –1969). Aunque Santantonín nunca describió
su arte en estos términos, su aproximación fue grande.
Casi como una premonición del arte boludo, titulaba sus obras
“Cosas”, y en 1961 escribió en su diario que:
“La
cultura enflaquece de historia. Sólo lo actual la nutre.
Quiero introducirme hasta el frenesí en todo ese total existencial
que presiento como lo actual. Quiero sentir que existí con
mi tiempo. NO OTRO... Quiero sangrar de existencia”.
Al querer “sangrar de existencia” Santantonín
de hecho eliminaba todo tipo de declaración, de mensaje o
de estética. Su obra quería “ser” y nada
más, sin siquiera hablar de si misma o de su pertenencia
al arte. Si la obra no llegó a ser realmente boluda, su fracaso
se debió a que, paradójicamente por razones de su
ubicación histórica, Santantonín quiso que
se concentrara y limitara a la afirmación de su propia existencia.
Esa especie de falta de modestia introdujo en su obra el factor
misterio y con ello la mantuvo dentro de los cánones del
arte tradicional.
Aunque suene extraño, el interés del arte boludo está
en su naturaleza auténticamente democrática. El arte
tal como lo conocemos, al igual que todo intercambio de información,
siempre constituye un ejercicio de poder. El emisor posee y administra
la información, y luego manipula y controla la atención
del receptor. En el arte boludo ideal, la emisión de información
no existe. Al igual que el Triángulo de las Bermudas o los
agujeros negros de las galaxias, la obra boluda atrae información
en lugar de darla. Si hay alguna información emitida, ésta
no es más que un reflejo de la información absorbida.
En el arte boludo ideal, el observador termina emitiendo energía
sin recibir nada a cambio. No hay intercambio, no quedan huellas
ni documentación de diálogo entre observador y obra.
Negando las normas de intercambio capitalista, no hay recompensa
intelectual para el público, no importa si emotiva o hedonística,
salvo aquella producida por la propia actividad del espectador.
Si se logra una experiencia de lo sublime es solamente porque el
espectador la proyectó, no porque el artista la haya creado.
En su intento de abolir el poder, el arte boludo no solamente evita
la emisión de información de la obra, sino que también
trata de lograr la desaparición de la autoría. El
observador ya no se enfrenta a la presencia de un artista individualizado
sino a una mirada impersonal y vacía. El monólogo
del artista, tal como se expresa en la obra tradicional, deja de
existir. El artista ofrece su silencio, y si existe algún
diálogo, éste se desarrolla entre el monólogo
del observador y su eco. Si surge algun aspecto poético,
es uno nutrido por el observador. La responsabilidad del esfuerzo
creativo es transferida del artista al público. El acto de
consumir (como actitud pasiva y estática) deja de tener sentido.
Esta transferencia radical del esfuerzo creativo del artista hacia
el público altera muchas cosas. Uno de los cambios se efectúa
en el rol del artista en cuanto que éste ya no dirige su
obra a un mercado de consumo sino que trata de crear un campo de
activación. La obra de arte no termina en ser objeto sino
en ser situación. El arte boludo requiere una reinterpretación
del reduccionismo y de su uso. Se trata de eliminar lo superfluo,
pero esta acción ya no responde a un esfuerzo de aislar una
esencia mítica y obscurantista del arte. En cambio, se trata
de una operación no formalista, una operación enfocada
en el control de la información. El propósito de este
control no es de encontrar una esencia sino de negar el ego del
artista y de forzar un máximo de emisión informativa
por parte del observador.
Al pasar del campo formal al de la información proyectada
también se alteran los criterios de calidad que generalmente
se asocian con la obra de arte y se utilizan para evaluarla. Es
más, el criterio de calidad artística en realidad
desaparece. Deja su lugar a un criterio de funcionalidad en la generación
imaginativa de lo que antes se definía como un público
consumidor. Entre otras cosas, la noción de belleza pierde
completamente su importancia y la calidad de la obra aumenta en
proporción a la densidad de imaginación que genera
en el espectador.
Para ilustrar esto voy a usar el ejemplo del espejo. En términos
del arte tradicional, enfrentados a una variedad de espejos, el
público elegiría uno de ellos basado en la preferencia
de su forma y su marco. Pero lo que define el espejo, la superficie
reflejante que hace que el espejo sea realmente un espejo, no tiene
nada que ver con la forma o el marco. En el caso de la obra de arte
boluda la situación es igualmente clara. La forma y marco,
ingredientes estetificantes y por lo tanto declaratorios, interfieren
con el grado de boludez. La apreciación de la obra realmente
boluda es integral, directa y sin adulteraciones extrañas,
sin ruidos. Una obra puede ser más boluda que otra, pero
la atribución de valores estéticos y/o comerciales
en este caso ya no tiene sentido ya que pertenecen a otra esfera.
Antes de seguir, quiero aclarar que con todo esto no se trata de
borrar o ignorar lo producido en la historia del arte desde sus
principios hasta ahora. El aspecto tradicional declarativo de la
obra de arte innegablemente siempre satisfizo y satisface ciertas
funciones. Se produce, intrínsicamente, un proceso de transmutación
que a veces logra enfrentarnos a misterios desconocidos, aun si
ese enfrentamiento ocurre a través de la interpretación
de otros. O permite hacer que ideas escondidas se hagan visibles
e inteligibles gracias a una traducción visual. León
Ferrari discutiendo estas ideas, comentó que él “putea
a través del arte”. Lo que en otros medios no pasaría
de ser un comentario efímero y descartable, al pasar al arte
adquiere una permanencia potencialmente indeleble. Lo que no se
resuelve es la activación del espectador, la permanencia
de la obra como una situación activadora en lugar de un objeto
consumible.
La eficacia de la obra boluda en cuanto a su calidad de situación
activadora solamente se podría medir en relación con
la cantidad de información que absorbe, un factor que depende
más de la proyección del observador que de la habilidad
del artista. Aquí es muy probable que el observador menos
sofisticado termine proyectando mucho más que el observador
iniciado. Esto significa que la importancia de la obra boluda ya
no es definida por un grupo de especialistas sino por un colectivo
general. Nuevamente nos ubicamos en un campo muy cercano al kitsch.
Pero en el kitsch genuinamente consumido (es decir sin la actitud
sobradora del intelectual refinado) el consumidor utiliza su empatía
con una solución pre-fabricada y envasada. La observación
genuina de un objeto kitsch no proviene de un esfuerzo activo. Al
contrario, la imaginación es aniquilada por la actividad
de consumo. Se puede decir que esto funciona tan bien porque es
el consumidor quien se boludiza.
En el arte boludo sucede lo opuesto. Es la actividad de consumo
la cual queda aniquilada por la imaginación. En el silencio
que se presenta no hay casi nada para consumir y hay casi todo para
imaginar.
Borges nos ofrece un ejemplo para todo esto en su cuento “El
Aleph”. El Aleph es un punto solamente perceptible desde el
piso de un sótano: “fijas los ojos en el decimonono
escalón de la pertinente escalera” instruye su dueño.
El punto, en realidad una esferita de dos o tres centímetros
de diámetro, contiene todas las imágenes del mundo.
Por pura coincidencia Carlos Argentino Daneri, el dueño del
sótano y del Aleph, es alguien a quien se podría catalogar
como un boludo. “Su actividad mental”, escribe Borges,
“es contínua, apasionada, versátil y del todo
insignificante”. Pero el personaje, creado por Borges para
criticar a un colega, en realidad no importa. Lo que importa para
nuestro caso es que esa bolita de Borges contiene toda la información
del universo, simultáneamente, sin confundirse o mezclarse.
Cualquier cualidad declaratoria que esa información pudiera
comunicar queda anulada por la falta de orden y de jerarquización.
El observador termina en un trance meditativo de proyección
total. Y la hiper-saturación informativa aquí equivale
al silencio más profundo.
A estas alturas es justo preguntarse si la obra de arte boluda perfecta
es posible o si solamente es una utopía. En realidad toda
la actividad catalogada como artística es utópica
y el arte boludo es una de ellas. Más que una posibilidad
completa, es un instrumento más de evaluación.
Entrenados para producir y comprar objetos, perdemos de vista al
arte mismo. Históricamente, el artista rupestre que quizo
favorecer la caza; el artista religioso que quizo replicar lo sagrado;
el realista que quiso reproducir los infinitos puntos que componen
la realidad; el abstracto que quizo arreglar la sensibilidad del
mundo; el artista político que quizo cambiar la conciencia
de la sociedad-- todos ellos no lograron más que hacer anotaciones
al problema sin llegar a solucionarlo. El hecho que a lo mejor sus
esfuerzos obtuvieron un reconocimiento social y obtuvieron recompensas
materiales no disminuye el fracaso de su empresa.
El productor de arte boludo seguramente compartirá ese mismo
destino, en parte porque su nueva empresa conlleva una contradicción
implícita insuperable. La obra de arte boludo ideal y lograda
deja de ser legible como perteneciente al campo del arte. La atribución
de una pertenencia, al arte o a otra cosa, es declaratoria y por
lo tanto anti-boluda. Es el problema que tuvo Santantonín
y limitó su enorme potencial. Por la escala y la forma de
presentación de su obra, Santantonín creó interlocutores
que, mal que bien, siguen forzando un diálogo con el espectador
en lugar de limitarse a generar un monólogo. Son obstáculos
que también enfrentaron muchos otros artistas como por ejemplo,
para citar solamente a tres, Lucio Fontana, Hélio Oiticica
y Richard Tuttle.
En sus esculturas intituladas “Conceptos espaciales”
de 1959-1960, ya de entrada, Fontana le erró con el título.
Sus variaciones sobre las esferas de bronce hubieran sido mucho
más sugerentes-- y no por las obvias evocaciones formales—si
no hubiera dado una guía con esas palabras. Involuntariamente
las convirtió en ilustraciones de otras especulaciones.
En sus “Bólides” Oiticica evitó cuidadosamente
todo efecto narrativo y la posibilidad de evocaciones absurdistas
y surrealistas. Trató de enfatizar la importancia de las
relaciones por encima de los objetos mismos. Cuando utilizó
la noción de “ready-made” lo fue, no para enriquecer
el objeto trivial, sino para sacarlo completamente de la experiencia
cotidiana. De ahí que Oiticica también los llamara
“Trans-objetos”. El ready-made fue incorporado en lo
que él describe como “... una idea estética,
haciéndolo parte de la obra... y haciéndolo participar
de una idea universal sin perder su estructura previa.” Pero
al final de cuentas, la meta de Oiticica era la de satisfacer su
propia sensibilidad poética y de compartir ésta al
máximo con el espectador.
Richard Tuttle, en reacción al espectacularismo creciente
del arte norteamericano, se concentró en el uso de materiales
y en las formas triviales en una escala sub-modesta. En cierto modo
se le puede considerar como el representante norteamericano más
auténtico de una especie de “arte povera made in USA”.
Tuttle, paradójicamente, logró una apariencia de mucho
mayor pobreza que el arte de los italianos. Pero el repertorio y
forma de trabajar de Tuttle rápidamente se estilizaron y
se convirtieron en el instrumento tradicional de representación
del artista individualizado. En su obra uno reconoce a Tuttle, y
no a la imaginación propia.
Ni Santantonín, ni Fontana, ni Oiticica, ni Tuttle se habían
propuesto hacer obras boludas. Santantonín estaba demasiado
preocupado con la existencia y con su existencia; la apariencia
en Fontana es casual--soy yo el que le proyecta la parte boluda;
en el caso de Oiticica, el nombre “Bolides” se refería
a meteoritos y nada más que eso; y Tuttle con seguridad nunca
en su vida oyó la palabra.
Hay una obra más reciente que, salvo por el título,
me parece más certera para explicar lo que vengo diciendo.
Fue hecha en 2002 en Perú, una colaboración de Francis
Alys, Rafael Ortega y Cuauhtemoc Medina. En ella, 500 voluntarios
movieron unos 10 centímetros, palada tras palada, una duna
de arena. En si misma, la obra parece ser producto de una actividad
totalmente gratuita, carente de todo sentido. Es más, es
carente de sentido en la forma más absoluta en que se puede
formalizar una carencia. Y sin embargo la operación evoca
la nostalgia exótica que uno proyecta sobre las pirámides
egipcias. Evoca las elucubraciones sobre la relatividad del uso
del tiempo con relación a la vida limitada del hombre y puesta
dentro de la perspectiva más amplia de la historia. Y el
deshilvanar de ideas y argumentos aquí puede seguir infinitamente.
Es el título de la obra, “Cuando la fe mueve montañas”,
que desgraciadamente daña el resultado. El título
es información declaratoria que contextualiza y limita la
proyección del espectador.
Si efectivamente el artista que hace arte boludo llegara a lograr
el extremo ideal, correría el peligro de que la obra pase
completamente desapercibida y muera en la invisibilidad. La definición
de la habilidad del artista entonces pasa de su refinamiento artesanal
a su capacidad de administrar la declaración artística.
Todo su esfuerzo se concentrará en despertar la atención
del espectador lo suficientemente como para que éste comience
su proceso de proyección, sin nunca llegar a interferir con
él.
Esta misión es quizás la más difícil
que hasta el momento se haya encontrado en la historia del arte.
Requiere un sentido formalista que ayude a eliminar la forma; un
conceptualismo sin conceptos; y una habilidad artesanal capaz de
auto-eliminarse hasta un mínimo cuidadosamente precisado.
El artista tiene que demostrar que la obra pertenece al campo del
arte pero sin declararla; sin participar en la competencia que establece
la aceptación de las calidades artísticas; escapando
toda posibilidad de comparación.
El arte boludo ideal es también la única forma de
arte que puede lograr ese cambio social profundo que a lo largo
de la historia no han logrado ni el sermón ni el panfleto.
Sería la concientización y activación total
que permite borrar la frontera que separa a los que producen de
los que consumen. Es en la claridad de estos planteos en donde en
última instancia se separan claramente los caminos de los
artistas que tratan de hacer un arte boludo de aquellos caminos
transitados por los artistas que son boludos. Sin darse cuenta de
las dimensiones y resonancias de su ficción, Borges marcó
esa diferencia al describir un posible paradigma para el arte boludo
y al mismo tiempo que lo ubica en la propiedad de un creador que
es un boludo.
Y al concentrarse en el mercadeo de los objetos, la historia del
arte no tuvo todavía, ni el tiempo, ni la capacidad suficientes
como para desarrollar la sutileza o el instrumental necesario para
entender plenamente las diferencias entre ambos.
l eido por fernando lópez lage
luís
camnitzer
Nació
en Alemania y emigró al Uruguay a los 14 meses. Vive en Nueva
York desde 1964. Profesor Emérito de la Universidad del Estado
de Nueva York. Desde 1999 es curador para artistas emergentes, The
Drawing Center, Nueva York
Graduado en escultura de la Escuela Nacional de Bellas Artes, Universidad
de la República, Uruguay, cursó estudios de arquitectura
en la Facultad de la misma universidad, y escultura y grabado en
la Academia de Artes Plásticas de Munich. Recipiente de la
Beca Guggenheim en 1961 y 1982. En 1998 recibió el premio
anual de la crítica de arte latinoamericana otorgado por
la Asociación Argentina de Críticos de Arte. En 2002
recibió el premio Konex MERCOSUR.
Entre las exposiciones mas recientes se encuentran:1996, Universalis,
Bienal de San Pablo; Face a l’histoire, (secciones de los
1970s y de los 1980s), Centre Pompidou, Paris; 1997, Bienal de Mercosur,
Porto Alegre; 1999-2004 Bienal de Liverpool, 2000, Whitney Biennial,
Nueva York; Casa de América, Madrid; Versiones del Sur, Museo
Reina Sofía, Madrid; 2001 The Kitchen, New York; 2002, Documenta
11, Kassel; 2003, muestra retrospectiva, Kunsthalle Kiel; Beyond
Geometry: Experiments in Form, Los Angeles County Museum of Art,
California; Museo Blanes, Montevideo; 2005, Galería Ruth
Benzacar, Buenos Aires.
Colecciones permanentes: Museum of Modern Art, New York. Metropolitan
Museum, New York. Whitney Museum, New York. The Public Library,
New York. Museo de Arte Moderno, Buenos Aires. Museo del Grabado,
Buenos Aires. Museo de Bellas Artes, Santiago de Chile. Museo Universitario,
México. Museo de Bellas Artes, Caracas. Museo de Arte Contemporaneo,
Sao Paulo. Museo of Malmö. Museum of Trenton. Yeshiva University,
New York. Bibliotheque Nationale, Paris. Biblioteca Communale, Milán.
National Library, Jerusalem. R.C.A. Corporation. A.R.C.O. Corporation.
Wagstaff Collection, Getty Museum. Museo de Arte Moderno, Bogotá
. Museo de Arte Moderno, Cartagena. Museo La Tertulia, Cali, Museum
Wiesbaden. Museo Nacional de Arte Moderno, Baghdad. Casa de las
Américas, La Habana. Blanton Museum, Austin, texas. Museo
of Skopje. Centro Wifredo Lam, La Habana. Museo Nacional de Bellas
Artes, La Habana. The Jewish Museum, Nueva York. Museo Nacional
de Artes Pláasticas, Montevideo. Museo del Barrio, Nueva
York. Cabinete de Dibujos y Estampas de los Uffizzi, Florencia,
Italia. Queens Museum, Nueva York. Museum of Fine Arts, Houston;
Tate Gallery, London.
Publicaciones
Libros: New Art of Cuba, University of Texas Press, 1994/2004; Arte
y Enseñanza: La ética del poder, Casa de América,
Madrid, 2000; Didactics of Liberation: Conceptualism in Latin America,
University of Texas Press, 2006
Artículos y ensayos en: Marcha, Montevideo, Third Text, Londres,
Art in America, Nueva York, New Art Examiner, Chicago, Art Nexus,
Bogotá, Brecha, Montevideo, Spiral, Nueva York, Nacla, Nueva
York, Trans, Nueva York, Lápiz, Madrid, Drawing Papers, Nueva
York, etc.
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